miércoles, 20 de julio de 2011

Un español en el Gulag. Relato de la historia de José Bua


La Guerra Civil Española parece bien lejana… distante de algo propio. ¿Qué relación guarda ese remoto pasado con nuestra vida hoy? Los conflictos bélicos de aquellos años poco se asemejan al barniz democrático de la actualidad. Pero, veamos la cosa más de cerca.

1937. Galicia. Los barcos de la Marina mercante de la República parten de El Ferroll hacia el puerto soviético de Odessa. No es su primer viaje; víveres, armamentos y hasta el oro tan preciado de las reservas ya habían transitado ese camino. Muchos de sus tripulantes pertenecen a la famosa central de trabajadores CNT ligados al anarquismo; algunos, a la UGT más cercana al socialismo; e incluso otros simpatizan con el comunismo. Sin embargo, todos apoyan al gobierno en contra de la afrenta de los insurrectos. La mayor parte tiene orígenes reconocidos en familias de pescadores. El salto hacia el trabajo en las máquinas andantes, los nuevos buques, los había obligado a dejar atrás la vida dura, el trabajo artesanal, en sus pequeños barcos de madera. Muchos otros vienen de una historia campesina, de vida comunal, en proceso todavía de adaptación a esa incómoda sociedad moderna, que no entendían. José Bua pertenecía a los primeros y sabía que ese viaje podía ser uno de sus últimos, fuertemente convencido de que la clase obrera, a la que él sentía pertenecer, se jugaba casi todo en esa guerra; esta se percibía en carne propia, tanto él, en altamar como su familia, en el hogar. Su miedo: las consecuencias que podría traerle a sus seres queridos de manera directa. Y así fue. Poco después de haber zarpado su barco, el franquismo cobraba fuerza, ocupaba espacios y reprimía sin miramientos a todo aquel que simplemente simpatizaba con la República. María del Carmen Plats, su esposa, sería una de las víctimas. Muchos años más tarde, sus hijas recordarían, con congoja y tristeza, cómo su madre había sido acuchillada por la espalda en plena calle por ser una reconocida simpatizante del Gobierno. Sobrevivió. La fuerza de esperar el regreso de su marido le daría una potencia inimaginable.

Entretanto, algo inesperado sucedería en los puertos del Mar Negro. El enfrentamiento no vendría de los enemigos directos. Los miedos más profundos llegaban del lugar menos esperado. Los soviéticos, que habían dispuesto importantes recursos en apoyo a la República Española, muestran su más genuino interés detrás de su aparente y amplia solidaridad impoluta. Su política de apoyo mostraba su límite. El barco donde trabajaba Don José, entre otros pertenecientes a la República, era incautado. ¿Cuál fue el delito que fundamentaba esa incautación? La simple evolución de la política rusa, frente a esa guerra civil ajena, era reflejo del equilibrio de fuerzas en Europa Central. Este equilibro se presentaba sensiblemente favorable a los intereses del nacional socialismo alemán, que hacía así recapitular la política soviética, que era el verdadero fundamento nunca antes expresado. Don José, sus compañeros y los otros tripulantes de los barcos detenidos sintieron que la guerra había acabado para ellos, pero ni siquiera, se imaginaban lo que les pasaría. Las autoridades los retuvieron; primero, con movimientos restringidos. Los casi prisioneros, desesperadamente empezaron a tejer todo tipo de caminos para salir de esa angustiante situación. En principio, les permitían enviar cartas a sus familiares y llegaron a prometer que se podría volver pero solo si iban a países ajenos al conflicto. México y Argentina eran los destinos sugeridos. José Bua eligió Argentina. De inmediato, se lo comunicó a su esposa e hijas para que emprendieran viaje hacia la poblada Buenos Aires. Recogieron las pocas pertenencias y se esforzaron por obtener sus permisos para el viaje que la Guerra Civil dificultaba. A los pocos meses, llegaron a esa enorme ciudad. El salto era gigante, no solo por el océano que los separaba de su pueblito de pescadores sino por la distancia mental —no por eso menos real— entre sus rías baixas de su Vilagarcía de Arousa natal y esa ciudad de furia tan ajena a la violencia de otro color de la cual venían. Sin embargo, el clima de hostilidad hacia los marinos mercantes parecía incrementarse en la bella Odessa. Finalmente, fueron detenidos. La principal excusa: el deseo existente de volver a su tierra, el cual estaba presente en todos ellos. Las excusas menores: “orientación política”, “agitadores”, “espías” y hasta conflictos entre las propias tripulaciones. La resistencia, casi natural, a la situación en la que se encontraban fue el argumento para detenerlos y enviarlos a lo inesperado: los gulags. Karaganda fue el destino más relevante por ser el gulag de mayores dimensiones en toda la Unión Soviética y, en menor medida, el bien lejano Norilsk. A este último, fue enviado Don José. Una decisión que no parece tener una lógica cierta pero que fue efectivamente concreta. Seguramente, su identificación política jugó un papel central en su destino final. La probabilidad de que lo que sucedió pasara era casi inexistente. Sin embargo, ahí estaban los marinos republicanos para atestiguarlo. Los peores miedos se hacían realidad en la familia Bua. El duro marino en un campo de prisioneros en la inconmensurable estepa rusa; su esposa e hijas, en la conflictiva Buenos Aires de finales de los treinta. Nunca se habían sentido tan ajenos al suelo que pisaban y tan impotentes frente a lo que el mundo les deparaba; nunca habían tenido tan pocas certezas sobre qué leyes regían sus vidas; dudaban respecto de aferrarse a eso que llamaban vida, porque temían que ese destino estuviera muy cercano a la muerte.

La llegada forzada a la Argentina muestra la ausencia de dominio individual de los Bua sobre el movimiento general de las cosas como también la total libertad en la que María del Carmen y sus hijas se encontraban. Libertad total… de no depender de nadie: parientes, vecinos, sindicato, comuna, estado, e —inclusive— su propia historia de gallegos descendientes de moros. Libertad total de no disponer de ninguna herramienta de trabajo y, por tanto, dependencia total de disponer solamente de los atributos y capacidades que brotaban de sus manos, piernas y mente. Así que ¡a trabajar de lo que se pueda para poder vivir mientras se guarda la esperanza de reencontrase en algún momento con su padre o esposo! Limpiar casas fue la ocupación más usual; vivían en una pensión, casi sin relaciones personales que las ayudaran. Paradójico, ¿no? Una ciudad llena de inmigrantes gallegos, y nadie que se solidarizase. Los exiliados de la República “hacían la vista gorda” frente a un caso que no querían ni podían reconocer. Muchos simpatizantes del Partido Comunista eran los organizadores claves de la solidaridad desde la República en la Argentina. La colectividad de exiliados políticos, vinculados a la cultura española, las consideraban un grupo de ignorantes pescadoras que desvariaban. ¿Quién se haría cargo de un Republicano preso en la Unión Soviética y de su esposa e hijas inmigrantes por imposición? Nadie. Esta irracionalidad le era achacada a los propios enunciantes de la situación. Ellas planteaban un disparate total; eso nunca había pasado. Los oídos en los que se apoyaba su historia poco podían ofrecer frente a una situación que encerraba la imposibilidad de cambio. ¿Cómo se reencontrarían con su padre, prisionero de los gobiernos más duros existentes, a tanta distancia, sin gobierno ni partido que los apoyara?

Los años pasaban. Las mujeres de la familia Bua continuaban su vida trabajando intensamente. Las hijas eran jóvenes, tenían toda la vida por delante, no les quedaba otro camino que avanzar… sin mirar mucho hacia atrás, ya que no había cómo modificar ese camino que las había llevado a estas tierras. Su integración fue dura. Nunca terminaron de entender por qué estaban ahí. No querían sentir que eso era permanente. Una de las hijas logró contactarse por carta con el padre, solo para saber que la vida en el GULAG había sido terrible. A tal punto que la orina y los roedores habían sido elementos de alimentación. Don José, finalmente, confirmó que lo liberarían pero que no lo dejarían salir de país. De todas maneras, carecía de los medios para lograrlo. Un día, en una carta, aseguró que había conformado una pareja. La hija, aunque triste por la certeza de que no volvería a ver a su padre, de algún modo, también apaciguaba sus ansias. Su padre podía rehacer su vida, y ellas, continuar con las suyas. Nunca más se volverían a ver.

No hay comentarios: