La estrategia de guerra revolucionaria.
Torres Molina sobre las guerrillas en Argentina
http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=1809:revista-razon-y-revolucion-nd-22-literatura-y-lucha-de-clases-a-fines-el-siglo-xix-y-principios-del-xx&catid=36:ryrrevista&Itemid=68
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El libro de Ramón Torres Molina Las Guerrillas en Argentina. Análisis
político y militar[1] plantea un debate desde una posición
poca desarrollada hasta hoy: la defensa del argumento de la estrategia de
guerra revolucionaria diferenciándola de una estrategia insurreccional.[2] En este marco el libro
desarrolla una explicación alejada de las caricaturas y del desconocimiento
casi absoluto de la génesis de la política de la guerrilla en los sesenta y
setenta, realizando una evaluación sobre la base de la experiencia individual
directa como dirigente de muchas acciones claves[3], con un uso de la
bibliografía exhaustivo y el acceso a documentos de archivos de las fuerzas
represivas poco utilizados hasta ahora.[4] Torres Molina se atreve a desarrollar la necesidad política y
militar de los intentos de todo el espectro existente de la Argentina, FAL,
FAP, ERP y Montoneros. Esta es una de las principales virtudes del libro,
lograr una explicación de conjunto de los grupos guerrilleros sin dejar de
someterlos a fuertes críticas.
Su máxima virtud, sin embargo, está en el
contenido polémico de sus afirmaciones. El libro afirma que había que derrotar
a las fuerzas enemigas y que para eso había que formar un ejército que
disputara el poder derrotándolo militarmente[5] teniendo como eje la
planificación, la lucha rural y las leyes propias de la actividad militar que
ellas encarnan. Estas afirmaciones, basadas en el momento estrictamente militar
de las guerrillas, dejan de lado el problema de la forma que toma la relación
del momento militar con la política. Estrictamente, cómo la lucha de clases se
expresa en la necesidad de asumir el momento militar. Adentrémonos en los ejes
que plantea el libro.
El autor plantea tres ejes centrales. El
primero es que no hubo coordinación estratégica entre las guerrillas impidiendo
“toda planificación”[6], aunque “pocas guerrillas
de América Latina habían iniciado la lucha armada con un número tan importante
de hombres y con tanta capacidad de fuego”[7] . Según el autor, “la
actitud inicial de las organizaciones armadas fue la de desarrollar la lucha
armada sin mayores definiciones estratégicas”[8]. Así, al afirmar la
ausencia de concepción estratégica, deja de lado todo el período que se
extiende de principios de los sesenta donde se evidencia la existencia de una
dirección estratégica por parte de Ernesto Guevara y Cuba respecto del EGP[9], las FARN[10] y el ELN[11] en la Argentina. A partir
de mediados de 1968 se da una creciente nacionalización en la coordinación de
acciones que se consolida a principios de los setenta. Justamente este período
es el momento en que Torres Molina ocupa un lugar destacado como dirigente al
frente de la GEL. Sin embargo cabría la afirmación de falta de planificación
entre las organizaciones que desarrollaban la lucha armada solo entre mediados
de 1968 y finales de 1969. Hasta ese momento el ELN Argentino[12], continuación del
proyecto del Che en Bolivia, conducirá la coordinación de las principales
iniciativas de acciones armadas.
El otro eje es el considerar como “error
de concepción”[13],
desde la perspectiva de la estrategia de guerra revolucionaria, el descartar la
guerrilla rural. La guerrilla urbana, para Torres Molina, “está definida por
una estrategia que consiste en ir creando, en forma progresiva, un núcleo
armado mediante la captura de armamentos y equipos, que en determinado momento
pasará a operar en las zonas rurales, pudiendo mantenerse, en ese caso, las
operaciones urbanas.”[14] En este sentido, la
guerrilla urbana tiene que servir a acrecentar “el poder de fuego”[15], capturar “armamentos y
equipos”[16]
y acrecentar la capacidad de sus miembros evitando “deliberadamente” los
enfrentamientos armados[17]. Así los diferentes grupos son evaluados
respecto a estas capacidades. Las FAL, por ejemplo, teniendo “escasa
experiencia militar”[18] y Montoneros con una
“efectiva capacidad de combate”[19]. Es así que, sobre la
base de las opiniones del líder de las guerrillas chipriotas, Georgios Grivas[20], plantea el problema
militar de la “saturación de la ciudad” de la guerrilla. Esta concepción es
también conocida como la estrategia de la cebolla, aplicada en Argelia. Ésta
consiste en la realización del cerco por parte de las fuerzas represivas realizando
una saturación de las ciudades e imposibilitando, por la acción del cerco mismo,
la operación de las guerrillas, y la conformación de un ejército rebelde. El planteo central es que se subestima la
importancia estratégica de la guerrilla rural “transformando lo que pudo ser
una estrategia de guerra revolucionaria originaria en una guerra de
resistencia”[21]
ya que la guerrilla rural es “la condición para la formación de una ejército
revolucionario”[22].
De esta concepción surge la evaluación
positiva de la estrategia del ERP de considerar a la guerrilla rural “esencial
en una estrategia revolucionaria”[23], aunque en su evaluación
Salta tenía mejores condiciones desde el punto de vista militar que Tucumán[24]. Sin embargo el autor no
duda en calificar a la dirección del ERP de incapacidad y de inmadurez[25] por tomar la decisión de
realizar acciones en un momento en que no se habían agotado las vías para la
lucha política. Para el autor, si se hubiera elegido bien el lugar
militarmente, la guerrilla se habría visto potenciada. Su error fue iniciar
acciones en un periodo constitucional que todavía no agota otras vías de lucha,
planteo que además se dice que es la base de toda iniciación de una guerrilla[26]. En este desarrollo se
generaría una “confusión de [la] organización política con [la] organización
militar tanto del PRT-ERP como de Montoneros”[27].
Este último punto nos lleva al tercer eje
planteado en el libro, sobre las leyes propias que tienen las acciones
militares: “Una vez tomada la decisión [de lucha armada] se debían adoptar
resoluciones militares, que contribuyeran al objetivo de la guerra, sin
interferencia de las tácticas políticas ya que una guerra se desarrolla de
acuerdo con sus propias leyes.”[28] Efectivamente el
desarrollo de las acciones militares tiene su lógica propia, y el querer tratar
como un mismo problema la relación de las masas, la política, y los problemas
estrictamente militares, le quita a este último el nivel de momento específico.
Pero el libro apenas afirma su carácter específico y su confusión con las
acciones militares. Éstas no habrían tenido, en las guerrillas Argentinas, su
base en la estrategia de guerra revolucionaria sino en una lógica ajena a
ellas. Observa por ejemplo: “entonces que la mayor parte de las acciones, las
que se consideraban ligadas al movimiento de masas, no formaba parte de una
estrategia guerrillera adecuada para el desarrollo de una guerra revolucionaria
ya que eran propias de una organización política o sindical y su ejecución
significaban un riesgo y desgaste para una organización armada”[29]. Sin embargo, estas
afirmaciones señaladas por Torres Molina, dejan pendiente de resolución el
problema de la relación de las masas —el momento político—, con el momento
estrictamente militar[30].
Para responder a este problema cabe preguntarse
qué entiende el mismo autor sobre qué es la política, y es aquí donde caben las
mayores objeciones.
Para Torres Molina, citando al análisis de
la columna Sabino Navarro de Montoneros,
las acciones militares son “la continuidad del nivel de conciencia
general”[31].
Por eso “el foco no es correcto ni incorrecto. El foco es un método que puede
ser correcto o incorrecto acorde con la realidad de la lucha de clases en un
marco histórico determinado”[32]. Esta lucha de clases y
el nivel de consciencia general están dados, según el autor, por la conexión
con la realidad nacional garantizada por el peronismo. Toda expresión de otra
posible “conexión” es descartada de plano. Por ejemplo, para Torres Molina, las
FAL “no superó su concepción inicial. Su antiperonismo implicaba un
desconocimiento de la realidad argentina”[33], o su “antiperonismo que
significaba su abierto desconocimiento de la realidad del país dificultaba su
desarrollo político”[34]. El peronismo es, en esta
osada tesis, el que interpreta correctamente el momento político.
Así puestas las cosas, la acción política
no tiene mediaciones, la relación entre la organización armada y la realidad
política no está dada por la forma que toma la acumulación de capital en la
Argentina, es decir, por la forma que toma la lucha de clases en un momento
determinado. La relación con la realidad política solo está dada por la forma
de interpretar que tiene la organización. Eso podría tomarse como una
afirmación parcialmente cierta, sin embargo, si esa organización no tiene una
base real sobre la que sustentarse, una clase, una inserción política, las
posibilidades de que esa interpretación se aleje de esa realidad política
mencionada, son mayores. La base “real”, su predicamento y desarrollo político
sobre el sector mayoritario de la población, la clase obrera, apalanca las
acciones de ese partido político. Esa base estaba incipientemente desarrollada,
tanto en su política como en su acción, en el PRT-ERP, y es algo que no se
destaca ni se valora en la evaluación de Torres Molina. ¿Por qué se postula que
la acción armada es política? Porque es “política en cuanto a sus objetivos”.
La pregunta es: ¿cuáles son esos objetivos? Si es simplemente la toma del
poder, y no la toma del poder para construir una sociedad sin clases, entonces
cabe la afirmación de que la acción armada en tanto se afirme por combatir para
obtener el poder, alcanza. El problema que constantemente se enfrenta la acción
política es: cómo se avanza en generar la fuerza necesaria para que la clase
obrera supere al capitalismo. En esto se puede llegar a concordar que “ninguna
de las organizaciones escapó a esas dificultades”[35]. En este sentido, el
abandono de estos objetivos por parte del autor, hace que la fuerza de su
argumento se pierda con la afirmación del peronismo como garante de la conexión
con la realidad, realizando por fin una evaluación unilateral de las guerrillas
en Argentina.
[1]Torres Molina, Ramón: Las Guerrillas en Argentina. Análisis
político y militar, Edición De la Campana, Argentina, 2011.
[3]La GEL (Guerrilla del Ejército Libertador) “estuvo bajo mi [su] mando
en 1968” (ibid. p. 38), el Plan operativo de las FAP (ibid. p. 69), y su
participación en Chile.
[4]Fuentes existentes en Archivo General de la Memoria y los
archivos del DIPBA de la Comisión
Provincial de la Memoria.
[7]Ibid. p. 78.
[11]Ejército
de Liberación Nacional, compuesto
por varias columnas que funcionaban bajo una única dirección.
[12]La investigación del ELN
en la Argentina es algo todavía pendiente de desarrollo.
[20]Grivas, Georgios: Guerra de Guerrillas. Enseñanza de la lucha
por la libertad de Chipre, Editorial
Rioplatense, Argentina, 1977, p. 70.
[26]Ibid, p. 102. Estas
afirmaciones dejan de lado las críticas que ha realizado Juan Carlos “Cacho”
Ledesma respecto a la concepción militar “equivocada” de la conducción del
PRT-ERP respecto de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez en Tucumán: “No fue
un error abrir un frente rural. Fue un error como lo manejamos”. En De Santis,
Daniel: Historia del PRT-ERP por sus
protagonistas, A formar filas, Editora guevarista, Argentina, 2010, pp. 500
y 501. Estas críticas se basan en tres puntos de la evaluación “errónea” del momento
militar: 1. si se estaba en “zona de disputa” o “zona liberada” lo que lleva
a fijar la zona de operaciones; 2. el
“error” de establecer campamentos cercanos a la zona de operaciones; y 3. el “error”
de confundir simpatía de las masas con participación directa. Estos puntos ya
estaban planteados en la entrevista del año 2006 realizada a Juan Carlos
“Cacho” Ledesma en Lucha Armada en la
Argentina, año 2, nº 7, pp. 56 a 74.
[29]Ibid, p. 67.
[30]“…la
situación política en la cual se presentará la toma del poder como una cuestión
práctica (es decir, en caso de crecimiento rápido de las disposiciones
revolucionarias entre los trabajadores, de grandes oscilaciones de la pequeña
burguesía y de debilitación del aparato gubernamental burgués), permitirá al
proletariado, con una buena dirección en el Partido, adquirir armas,
comprándolas, desarmando a la ligas fascistas, apoderándose de ciertos
depósitos, fabricándolas (primitiva al menos), y armar a la organización de combate
de manera suficiente, por lo menos para garantizar, en el momento de la
insurrección, el éxito de las tentativas para proporcionarse otras”. En
Marianetti, Benito: La conquista del
Poder, Colección Claridad, S/f, p. 106; y también ver Neuberg, A: La
Insurrección Armada, Ed. La Rosa Blindada, Argentina, 1972, pp. 37-40.
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