Arico y el Che. Notas a un artículo de octubre 1987
Este 9 de octubre se cumplieron cuarenta y cuatro (44) años del asesinato de Ernesto Guevara en Bolivia. Todavía resta por decirse mucho respecto a su proyecto para la Argentina. José María Arico no fue ajeno a él sino parte relevante. Este artículo confirma el encuentro entre ambos y la participación activa del grupo Pasado y Presente en la guerrilla del EGP. Sin embargo, más allá inclusive de que se haya plasmado en diversos escritos la participación en el proyecto de Masetti del grupo, y de la ya famosa discusión de Del Barco sobre la responsabilidad frente a las muertes, poco se ha discutido sobre su real participación. La nota reproducida a continuación de octubre de 1987 de la contratapa de la Revista Ciudad Futura, trae una posición y confirma la existencia de esta reunión entre Ernesto Guevara y José Arico en julio de 1965 en Cuba. El contenido de esa charla quedara sin develarse, aunque algunas conclusiones pueden sacarse de este artículo veintidós años después. El eje que puede ponerse en debate de esta artículo es que Arico consideraba la “guerrilla rural podía ser una perspectiva de lucha válida” antes de esa reunión. Sus argumentos habrían tratado de convencerlo al Che de lo contrario. Cabe preguntarse si ese fue el efectivo eje de la charla de 1965 o solo una interpretación de la estrategia del Che. En este sentido parecería que la estrategia consistía más en ir creando, en forma progresiva, un núcleo armado para operar en las zonas rurales, que la estricta “guerrilla rural” mencionada por Arico, más parecida a la construcción de la idea de foco, divulgada de forma caricaturesca posteriormente. Este planteo que subestima la importancia estratégica de la guerrilla rural, planteada como una condición para la formación de un ejército revolucionario, es descartado de plano. Sin embargo, la aseveración de que “ni las lecciones a extraer de una guerrilla que desconocía hasta el extremo de lo farsesco la realidad de un país complejo”, y el no necesitar “de los hechos para validarse”, parece ser una crítica feroz, rápida, y no del todo justa para con, inclusive, su propia posición y apoyo al inicio de la lucha armada en Argentina. Sin dudas este texto es un ajuste de cuentas con una experiencia y un apoyo, el que Pasado y Presente y José Aricó mismo dieron al proyecto de lucha armada en Argentina. La importancia de este texto es, como se verá, en que funda toda una línea sobre como pensar y debatir a Ernesto Guevara y a la lucha armada en la Argentina. Sería hora de someterlo a discusión.
Bibliografía.
Burgos Raúl. Entre Gramsci y Guevara: Pasado y Presente y el origen de la concepción armada de la revolución en la ideología de la nueva izquierda Argentina de los años sesenta, pág. 19 a 27. En Política, violencia, memoria. Génesis y circulación de las ideas en la Argentina de los años sesenta y setenta. Hector Schmucler compilador. Ediciones Al Margen. 2009.
Carta de Oscar del Barco en http://www.elinterpretador.net/15CartadeOscarDelBarco.htm
Rot, Gabriel, Los orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina. La historia de Ricardo Masetti y el Ejército Guerrillero del Pueblo. Ediciones El Cielo por Asalto. Argentina. 2000.
A veinte años de la muerte del Che La sed absoluto José Aricó Revista La Ciudad Futura número 7, octubre de 1987 página 32.
¿Cómo recuerdo ese funesto día de octubre? Con tristeza, con profunda tristeza y desasosiego. No siquiera indignación, poseído como estaba por la certeza de que se cumplía un hecho inevitable, una muerte anunciada. Los diarios lo atestiguaban y aunque el gesto instintivo de negar lo irreparable intentaba introducir alguna duda, sabía que era verdad, que no podía ser de otro modo. El Ché sólo podía terminar sus días así, en algún lugar de América peleando hasta el final por lo que creía justo. Esa era la dirección que impuso a su vida y no podía admitir ninguna otra; quiso ser el símbolo de un espíritu que no debía consumirse y lo logró, porque no le estaba permitido ser distinto. Esto yo lo sabía; lo sabía desde el momento en que una radiante noche de julio de 1965 lo conocí en el Ministerio de Industrias y hablé largas horas con él. Ya se había extinguido la guerrilla de Masetti y con ella la creencia en nosotros —el pequeño grupo de intelectuales que animó en Córdoba la experiencia de Pasado y Presente— de que la guerrilla rural podía ser en el país una perspectiva válida. No creo que ninguno de los argumentos que esa noche utilicé, hicieran mella en sus convicciones. Ni la situación del país, ni el carácter de sus formaciones políticas, ni el profundo distanciamiento entre una juventud radicalizada y un movimiento obrero que buscaba el acuerdo con los militares golpistas una salida de fuerza que derrumbara el gobierno civil de Illia, ni las lecciones a extraer de una guerrilla que desconocía hasta el extremo de lo farsesco la realidad de un país complejo, diferenciado, contradictorio como era y sigue siendo el nuestro, nada de todo eso podía decidirlo a modificar una postura que no necesitaba de los hechos para validarse. Para el Ché, el fracaso del comandante Segundo —nombre de combate que adoptó Masetti tal vez para indicarnos que no era sino el Adelantado él mismo— era simplemente una batalla perdida, pero tenía que haber otras para que las cosas pudieran ponerse en movimiento. Había que papararse mejor para intentarlo de nuevo. Confieso que no tuve valor para desmentirlo; mis objeciones no tenían fuerza alguna para corroer la coraza de una postura que ponía en la balanza, frente ala rigidez de lo inerte, el peso vivo y deslumbrante de una voluntad revolucionaria a a toda prueba. Desde ese momento supe que nada lo detendría y que seguirá en su camino hasta el final. Es cierto que yo no tenía nada que oponerle, salvo admisión de nuestra debilidad. No teníamos detrás ni una fuerza política con gravitación propia, ni un movimiento social que protegiera nuestra acción: de la derrota de Masetti sólo quedaban despojos y había que recomenzardesde abajo una tarea que no podía reconocer un final sin tener el signo que pretendía imponerle: se comprenderá que no era ésta una alternativa que sedujera a un luchador poseído por la sed de absoluto como era el Ché. Desde ese momento nuestros caminos se bifurcaron. Nuestro grupo siguió con emoción y simpatía su combate contra los molinos de viento: el cuestionamiento de las formas burocráticas de gestión de la economía cubana sus esfuerzos por dilatar los estímulos morales en una sociedad que daba muestras de agotamiento en su lucha contra el cerco; su combate contra el tratamiento poco solidario de los países socialistas con los pueblos del tercer Mundo, la búsqueda de la unidad americana para resistir las presiones del imperialismo, su renunciamiento cubano, su recorrido por el mundo portando el verbo d ela revolución. Leíamos sus escritos y las difundíamos porque reconocíamos en él una voz que rehusaba plegarse al realismo político de quienes se someten a lo que ni siquiera pretenden cambiar. No creíamos que su camino fuera el nuestro, pero las cosas por las que luchaban sí lo eran. No fue un maestro, fue un símbolo, un ejemplo moral en el muchos nos reconocíamos no importa cuál fuera el juicio que sus pasos merecieran. Su muerte significo la caída d e algo más que una ilusión: En esos momento la sentimos como el fin de una época Con el Ché se cerraba un capítulo de una historia que no estábamos en condiciones de pensé de qué modo habría de proseguir. Después vinieron los años de las nuevas esperanzas, el mayo fránces, las luchas obreras, la revolución cultural china, el cordobazo, la violencia armada y el terror. El terror de una dictadura militar que se propuso aniquilar sin piedad todo aquello que el ejemplo del Ché contribuyó tal vez como ningún otro a que madurara en el país. Su muerte nos la preanunció sin que lográramos verlo. Nos dijo muchas cosas que debería habernos obligado a reflexionar más obre el sentido, la naturaleza y los caminos de una efectiva lucha por la transformación social. Pero no pudimos hacerlo porque admitir el duro umbral de lo real era vivido por nosotros como una forma de traicionar su ejemplo. Preferimos cambiar la realidad por nuestros deseos, fantasear con los ojos abiertos en lugar de asumir la responsabilidad cívica y moral que cargan sobre sus espaldas aquellos que insisten en pensar que lo que existe no puede ser verdad. No creo que nuestra buenas intenciones justifiquen los errores que cometimos, pero ¡guay! Del que pretende salvar su alma impidiéndose a sí mismo actuar para no cometer yerros. Las verdades se modifican, decía Sartre, y lo único que importa es el camino que conduce a ellas, el trabajo que se hace sobre sí y con los otros para llegar a ellas: La lección que debemos extraer del Ché no puede ser hoy insistencia en el error, sino el valor de la corrección. Las cosas por las que él combatió siguen en pie y reclaman seguidores; sigue siendo una tarea por la que nos sentimos obligados a luchar la búsqueda de una nueva forma de construir la vida asociada de los hombres. No hemos cambiado nuestras convicciones; pero no estaríamos a la altura de las demandas del presente si nos negáramos a admitir lo que la propia sociedad crea de nuevo y erosiona nuestras certezas. Mientras escribo estás líneas acuden a mi memoria las palabras con las que un viejo revolucionario ruso, Herzen trata de explicarle a su amigo Bakunin las razones de sus diferencias: Tú te lanzas hacia delante como antes, con la pasión de la destrucción, derrumbando los obstáculos y respetando a la historia sólo en el provenir. Yo no creo en los caminos revolucionarios de una época y me esfuerzo por comprender el paso humano en el pasado y en el presente, para saber cómo caminar junto a él, sin quedarme atrás no correr hacia delante, hacia un lugar donde los hombres no me seguirán, no pueden seguirme”. No fue poco el coraje y la independencia de criterio que necesitó Herzen para pronunciar estas palabras en un ambiente que le era adverso. Tampoco es fácil decirlas en el presente frente a una izquierda que se resiste a extraer las lecciones de los hechos y a un medio que se burla de nuestras convicciones. Pero a veinte años de su muerte de un hombre que fue nuestro, y que legó a un mundo incrédulo el sacrificio de una vida por ideales que siguen siendo los nuestros, cometeríamos una grave falta a su memoria si no fuéramos capaces de hablar claro.
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