jueves, 26 de julio de 2012


El Che Guevara y los mineros en Bolivia
Trataré de responderme esta pregunta: ¿Cuál fue la relación de la guerrilla en el sudeste boliviano de 1967 con los mineros? Lo tramposo de la respuesta es que se encuentra hecho carne la opinión que la guerrilla sufrió un relativo aislamiento. Esta postura puede reconocerse como una opinión bastante generalizada al respecto. Por ejemplo, uno de los libros de mayor consulta general de la historia de Bolivia, de Herbert Klein, señala:
“Aunque estaba en contacto [Ernesto Guevara] con el Partido Comunista Boliviano (PCB) no hizo ningún contacto con los mineros, lo que puede explicarse porque entonces los campamentos mineros estaban ocupados por el ejército, siendo escenarios de violencia y conflictos casi diarios” (Klein, 2001, 252)
Estas opiniones a la luz de la documentación existente hoy y de las nuevas investigaciones parecen infundadas. De hecho, la guerrilla tuvo una política hacia los mineros. Por un lado, la red urbana del ELN compuesta —entre otros— por Loyola Guzmán, Humberto Vázquez Viaña y Rodolfo Saldaña, establecieron, dentro de sus posibilidades —por cierto— escasas, relaciones con grupos en las minas. Por otro lado, de mayor significación política, fueron los contactos con dirigentes que documentan los mensajes cifrados (en su mayoría enviados desde Cuba) al Che Guevara ya instalado en Bolivia. En fecha tan temprana como febrero, los cubanos comenzaron una serie de acercamientos con el líder minero dirigente del PRIN, Juan Lechín Oquendo[1], reciente vicepresidente de Bolivia (1960-1964) y perseguido por el gobierno de Barrientos. Este acercamiento consistía en el apoyo a la guerrilla en declaraciones y en el entrenamiento de un grupo que iría a formar parte de la guerrilla.
Por otro lado, es importante señalar que al menos seis de los guerrilleros habían trabajado en las minas y realizado alguna actividad sindical en ellas. Sin embargo, en este caso, el argumento de Humberto Vázquez Viaña de que la participación de mineros no implicaba el apoyo de los mineros como un todo, tiene sustento:
“Sí, pero el hecho de que el grupo de los pro chinos sean mineros, no quiere decir que los mineros están incluidos en la guerrilla armada, es decir, el hecho de que haya estudiantes no quiere decir que los estudiantes están en la lucha armada, porque, si bien Moisés Guevara era un minero y se había incorporado al grupo del Che no arrastra consigo su masa o hace un contacto con su gente. Quizás Moisés Guevara era más importante en la mina de Colquiri dirigiendo el movimiento...” (Entrevistas Vázquez Viaña, 2002)
Además, Moisés Guevara, por quien llegaban la mayoría de los trabajadores mineros incorporados a la guerrilla, no era un dirigente que tuviera peso político significativo en las minas[2]. Su convocatoria era más por ser una disidencia a favor de la lucha armada del Partido Comunista marxista-leninista (PCm-l) pro chino de Oscar Zamora. Su condición de disponer de fuerza política en las minas no parecería ser la clave de su reclutamiento en la guerrilla del Che.
Y por sobre todo, hay un hecho relevante para el futuro de la situación política y, de alguna manera, para la guerrilla que, salvo honrosas excepciones, ha sido considerado como algo separado del destino del movimiento guerrillero: la “Masacre de San Juan” del 24 de junio de 1967. El Ejército, en esta acción, asesinó por lo menos a 26 personas. Veamos este hecho más en detalle.
En la red urbana del ELN, hay opiniones dispares respecto de la importancia de los contactos que disponía la propia estructura en las minas. Según los propios relatos de Loyola Guzmán y de Humberto Vázquez Viaña, los contactos eran escasos[3].
Según L. Guzmán:
“Viajé dos veces a Oruro. En esos días el Ejército masacraba mineros en Siglo XX fue la famosa “noche de San Juan”. Y más adelante “Iniciamos contactos con un sector del POR cuyos dirigentes se hallaban dispuestos y de acuerdo con la posición guerrillera, se organizaron pequeños grupos para darles alguna instrucción y comenzar algunas acciones en la ciudad” (Soria, 2005,165 y 167)[4]
En el propio relato de Loyola, la “noche de San Juan” aparece como repentina; no hay ningún elemento que sustente que ellos, ni los contactos realizados por ellos, hubiesen estado trabajando políticamente para potenciar la organización de los mineros en ese particular momento.
Esto está en consonancia con lo sustentado por Vázquez Viaña:
“Yo le decía Loyola que estaba trabajando en la Siglo, Siglo XX, dame los contactos que nosotros tenemos para hacer, “no tenemos a nadie” me dice, no hay nadie, no sabemos qué hacer, no hay nadie. No teníamos contactos, no estoy diciendo… yo no los tenía, ok, no tenía por qué yo tenerlos, pero Loyola tampoco los tenía. No sabíamos qué hacer con los contactos. No teníamos contactos. No los teníamos. Luego, éste es el caso, segundo caso, que ya lo cuenta Loyola en su experiencia real, días antes de la masacre de San Juan ella estaba yendo también a la mina a ver si podía lograr algunos contactos, ella quería lograr otro nivel de contactos, ella quería ir en sus contactos del partido, porque conoce no a la gente, (porque la gente la conoce, porque conoce a esa gente) la gente se le acerca y le dice, oye, porque uno conoce quién es más afecto, quién es menos y, a veces, a quien reclutar. Para eso ella llegaba ahí, no pudo porque le llegó la masacre y pa’ tras” (Entrevistas Vazquez Viaña 2002).
Ambos coinciden en que sus contactos fueron con un grupo de trotskistas[5], aunque se mencionen dos grupos diferentes, POR Lora y POR González.
Rodolfo Saldaña, también integrante de la red urbana, destaca que él había tenido contactos con un dirigente minero de Siglo XX llamado Rosendo García Maisman que era miembro del Comité Central del Partido Comunista (García Cárdenas, 2008, 172), uno de los pocos dirigentes mineros muertos[6] defendiendo la estación de radio en las minas durante la masacre. Su participación en el Comité Central del PCB y todos los relatos sobre lo sucedido con su muerte en la noche de San Juan son elementos que posibilitan afirmar que García Maisman no tendría que ver con la organización de mineros a ser incorporados a “las guerrilleras”. Sin embargo, Saldaña señala:
“Después del primer combate nos reunimos varias veces, él ya era uno de los nuestros y comenzó a formar dos grupos, uno para entrar a la guerrilla y el otro de apoyo” (Saldaña, 2001, 54).
Simón Reyes dirigente minero y miembro del comité central del PCB, también estuvo en conversaciones para incorporarse a las guerrillas después de acordar en Cuba con Fidel. Aunque las conversaciones fueron en febrero, la incorporación nunca se realizo. La relación de ambivalencia entre Reyes y las guerrillas, como la de García Maisman, no puede ser explicada por fuera de la relación del PCB con el proyecto que encarnó el Ernesto Guevara, y de la fortaleza implícita  —o no— de la relación entre Cuba con la URSS, tema que excede el objetivo de este trabajo.
Más allá de que si, en efecto, había más o menos contactos, estos habían sido realizados solo recientemente y no consistían en el núcleo del movimiento obrero en las minas, excepto por el caso —de ser cierto— de García Maisman y de su supuesto grupo futuro de inclusión a la guerrilla. De igual forma, este posible contacto de Saldaña no explicita que hubiera una “coordinación” entre las acciones de la guerrilla y las acciones que se estaban celebrando en ese momento en las minas. Sólo hacían mención a posibles incorporaciones desde las minas de pequeños grupos a las guerrillas, que nunca llegaron a realizarse. En este sentido, ésta y las próximas relaciones con dirigentes mineros que se muestran, indican con cierta fortaleza que no habría un “nexo orgánico” entre los mineros y las guerrillas, tal como señala Carlos Soria (Soria, 2008, 15), debido a que un órgano implica, ya no un nexo de exterioridad entre cosas separadas, sino como parte de la misma sustancia cuyos componentes, en este caso la guerrilla y los mineros, funcionarían en un todo coordinado. Esta coordinación de acciones del movimiento de trabajadores en las minas que apoyen el desarrollo de la guerrilla en el sudeste boliviano es el problema que plantea la contradicción entre los argumentos políticos de Lora frente a la guerrilla, y el desarrollo real que vamos encontrando en la relación entre la guerrilla y el proletariado minero. 
Sin embargo, aunque el caso de Lechín podría llegar a mostrar cierto intento, leve y tardío, de una probable coordinación basada en la relevancia y reconocimiento de este dirigente en las minas, todas sus declaraciones y los mensajes cifrados indican que lo acordado giraba más en torno a la incorporación que a la coordinación de la actividad sindical minera y de las guerrillas. Pero, este intento, ni siquiera estaría subordinado a la dirección de la guerrilla en Bolivia ni de su pequeña red urbana, sino mediado por la distancia y las circunstancias de clandestinidad, evidentes del caso, directamente desde Cuba.
En febrero de 1967 desde Cuba, fue enviado un mensaje cifrado a Ramón (Che Guevara), el cual señala un primer acercamiento que se realizaría—en el término de un mes— con cierta coincidencia de objetivos:
“Lechín llega en 15 días quiere ayuda económica y entrenamiento de hombres...”[7] (CZO 30, Soria, 2005, 238, Tomo 2).
Más adelante, el 13 de mayo de 1967 (pero anterior a la masacre de San Juan del 24 de Junio), aparentemente desde Cuba se envía otro mensaje a Ramón, que demuestra aprobación del liderazgo del Che Guevara del movimiento guerrillero por Lechín. Dice así:
 “Lechín en ésta; se le explicó estrategia guerrillera y tu dirección de la misma le entusiasmó esto. Apoyará con gente para la loma y hará declaraciones apoyando. Entrará clandestino dentro de 20 días, un mes al país”[8] (Nº 35, Soria, 2005, 239, Tomo 2).
Según la biografía de Lupe Cajías de Juan Lechín, el contacto de éste en Bolivia, Jorge “Pipi” Selum, se le había encargado “escoger militantes benianos y mineros jóvenes para mandarlos a La Habana a entrenarse” (Cajías, 1994, 274). Por lo que no era solo Lechín desde La Habana ni desde Chile, sino que éste transmitía estas acciones a su propio grupo en Bolivia. Ya en mayo, el PRIN, partido afín a Lechín, saca un comunicado:
“Ya el gobierno impopular no puede impedir la insurgencia popular armada contra la tiranía que ha impuesto. Es así que la presencia de guerrilleros en Bolivia hace temblar al imperialismo y sus lacayos nacionales en el continente” (Cajías, 1994, 274).
Inmediatamente después de la masacre, el dirigente minero declara en Chile:
 “El ex vicepresidente de Bolivia Juan Lechín declaró que la lucha armada es el único camino que quedaba en su país” (26 de junio, Garcés, 1999, 136, obtenido de Granma Nº 159 del 27 de junio de 1967).
Nuevamente vemos, por las expresiones de Juan Lechín, que este tiene como objetivo sumarse a la lucha armada, y es a eso a lo que convoca. No hay detrás de estos llamados una atención a la coordinación de las acciones con el grupo guerrillero. De todas maneras, esta coordinación hubiera sido difícil realizarla directamente con el Che Guevara, ya que este, desde el comienzo de las acciones militares, el 23 de marzo, se encontraba totalmente aislado y sin comunicaciones con el exterior de la guerrilla. De todas maneras, ni su red urbana ni desde Cuba parecería haber muestra de que no había acuerdos de coordinar acciones en las minas con acciones en la guerrilla. Los elementos existentes hasta hoy muestran que solamente el objetivo era sumar más contingentes de militantes a la lucha en el monte.
Pero ¿qué es lo que pasaba en las minas? Los textos recientes de Carlos Soria Galvarro, José Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas aportan luz sobre estos hechos. El nivel conflictivo venía en aumento desde la derrota sufrida contra el propio Barrientos cuando éste, en mayo de 1965, impuso una inaudita rebaja salarial nominal de —en promedio— 26,4%, entre otras cosas que perjudicaron a los trabajadores (Pimentel, 2008, 50). Desde ese momento, las constantes asambleas, mítines y acciones de los mineros iban en el sentido de, mínimamente, recuperar esa pérdida nominal escandalosa. Pimentel desarrolla con detalles estas luchas permanentes, en un escenario de dictadura militar con persecución, con varios de sus dirigentes encarcelados y con varios otros en el exilio —entre otros Lechín—, al tiempo que destaca cómo el eje de la acción de los mineros era la recuperación salarial[9]. Solo cercanos a la fecha en la que el Gobierno ejecutó la masacre, los mineros incorporaron no a la lista de sus reclamos, sino en sus llamados de solidaridad, el apoyo a las guerrillas. Más allá de cierta “espontaneidad” en la simpatía de objetivos que los mineros pudieran tener con la guerrilla, es evidente que las pocas o muchas relaciones de la red urbana, las órdenes que podrían haber llegado a transmitir Lechín y la participación de ex dirigentes y trabajadores en la guerrilla jugaron un papel en estas declamaciones.
            El 25 de mayo de 1967, el órgano de prensa de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) publicó una nota donde expresó la solidaridad con la guerrilla:
“El hambre, la miseria, la explotación, la desocupación, la violencia y el matonaje, como la persecución que ha impuesto este Gobierno gorila de Barrientos, es la consecuencia de la aparición de las GUERRILLAS. Los generales dicen que se trata de bandoleros, enemigos de los pobres pero esto nadie cree. Podemos afirmar que la inmensa mayoría de los trabajadores ven con simpatía la acción guerrillera. Esto es verdad. No puede ser de otra manera, cuando se vive en la injusticia, sin trabajo y mal alimentado. Se sabe que yanquis operan de antiguerrilleros y esto indigna a los obreros" (Pimentel, 2008, pág. 100).
El 6 de junio, se realizó una asamblea general de trabajadores mineros de Huanuni, con presencia de dirigentes de Siglo XX y Catavi (Pimentel, 2008, 103). De trece puntos reclamados por los mineros, ninguno menciona las guerrillas, pero según Pimentel el dirigente René Chacón de Siglo XX pidió un minuto de silencio en memoria del guerrillero Julio Velasco[10] y manifestó que la guerrilla estaba compuesta por guerrilleros desclasados[11] y que a los mineros sólo les quedaba alzarse en armas, y les indicó a los trabajadores aportar drogas y víveres para ayudarlos[12] (Pimentel, 2008, 105). Estas declaraciones fueron las únicas que el ministro del interior Arguedas utilizó para justificar “instrucciones” en las minas con posterioridad a la masacre (García Cárdenas, 2008, 175). Al día siguiente, el Gobierno, basado en estas declaraciones de apoyo a la guerrilla, dictó estado de sitio. Al otro día del estado de sitio, el dirigente minero trotskista Isaac Camacho[13] del POR Lora, reforzó el llamado de apoyo a los guerrilleros: “compañeros, los guerrilleros son patriotas, ésta es una justa razón altamente obligados a apoyarlos moral y materialmente en cualquier momento y cuando sea necesario.” (Fuente original grabación de Radio Pio XII en Pimentel, 2008, 107). El 11 de junio, la Oficina de Investigaciones Criminales de Oruro fue atacada por los mineros y, entre los vivas que se oyeron, se gritó el “viva las guerrillas” (Garcés, 2007, 134).
Aumentando la tensión con el gobierno, el 16 de junio se declaró territorio libre de militares en las minas de Huanuni donde tendría gran influencia Lechín (Garcés, 2007,137). Según un testimonio de un minero, Néstor minero de Huanuni, “Uno de los temas que se discutirían era, pues, sobre el compañero Che Guevara. Éste ampliado para los mineros y para el país era muy importante; por eso los milicos han venido a matarnos”. (Garcés, 2007, 149). Sin embargo, este testimonio habría que ponerlo en cuestión[14] ya que públicamente no se sabía a ciencia cierta de la presencia de Ernesto Guevara en Bolivia. Sólo recién el 30 de junio, el vicepresidente, el militar, Ovando declara tener elementos que lo prueban y, por tanto, lo hizo público. De todas formas, los mineros podrían saberlo tantos por los contactos de la red urbana, como por las escasas informaciones que le podrían haber llegado del grupo afín a Lechín. El 21 de junio el Gobierno, en voz de su canciller, declaraba: “… se ha considerado que las radios mineras están propalando excesiva propaganda subversiva y en ese sentido se ha instruido a los Ministro de Gobierno y Obras Públicas para que cese esa propaganda” (Pimentel, 2008, 113). El 22 de junio, el clima se iba enfebreciendo, y se realizó una reunión en el interior de la mina, donde, en el medio de los discursos de los oradores, se les interrumpían con vivas a la Federación de Mineros, mueras a los gorilas del gobierno, y  con vivas a la guerrilla (Pimentel, 2008, 115). Finalmente, el Gobierno, frente a la inminencia del Ampliado General que se iba a realizar el 25 y 26 de junio, decide reprimir el 24 de junio de 1967,  la noche de la fiesta de San Juan. Esta fiesta es considerada una de las noches más frías del año, cuando se encienden las fogatas durante toda la noche. El ataque fue realizado de manera sorpresiva en plena madrugada. Las víctimas pertenecían en su mayoría a la población civil (Ustariz, 2002, 318). No se pudo tomar casi ningún prisionero de la Federación de Mineros que, aparentemente, era otro de los objetivos.
García Cárdenas señala:
“El Ejército tenía por primer objetivo la radio emisora de los mineros; Rosendo Maisman, encargado del cuidado del local sindical donde se encontraba la radio logró ingresar al edificio, cuando las tropas se estaban escabullendo por las inmediaciones…”.
“Así Rosendo García Maisman es el único combatiente real y también el único dirigente que lograron tomar las fuerzas atacantes” (García Cárdenas; 2008; 137)
La masacre no sólo fue una medida preventiva que evitó toda posible articulación entre mineros y guerrilleros (Soria, 2008, 15) como el propio Gobierno sostenía, sino que las declamaciones a favor de las guerrillas fueron utilizadas por Barrientos como el argumento[15] para relanzar la represión contra la movilización minera, que parecía retomar nuevas fuerzas[16]. Los elementos aquí reunidos parecen indicar que lo que más preocupaba al Gobierno era esta movilización, no sólo por las tensiones gubernamentales que ella producía, sino porque la parcial inmovilización de las minas significaba cortar la principal fuente de recursos del Estado, ya que la minería era —de las regiones afectadas— la principal fuente económica del país[17]. Esto no quita resaltar que el clima de cuestionamiento de la autoridad gubernamental aumentaba debido a la existencia de la guerrilla y a la movilización en la minas. Sin embargo, aquí se entiende, sólo se resalta cuál era su primer objetivo en reconstituir dicha autoridad que se veía amenazada.
Una vez más, García Cárdenas declara:
“La recuperación orgánica del movimiento minero sindicalizado representaba un peligro para el gobierno de Barrientos, por un lado le abría un frente inesperado de sectores contrarios a su política y, por otro, mostraba su incapacidad de controlar el país, tanto en el sudeste como en el occidente”. (García Cárdenas; 2008; 199)
Aunque no sólo como frente político, la agitación en las minas había producido una baja de 15 toneladas de estaño en Huanuni y de 250 en toda la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL). “Las pérdidas por este concepto fueron valoradas en 750 mil dólares” (Pimentel, 2008, 113).
La represión cumplió su objetivo principal de ponerle tope a la movilización minera, volver a la producción normal y, de paso, cortar toda posibilidad de coordinación con la guerrilla, aunque no tan inminente como el Gobierno divulgaba, retomando así su senda de autoridad cuestionada.
La tensión al interior del Gobierno es señalada por varios autores (Soria, 2008, 29; Vázquez Díaz, 1978, 9; Reyes, 1968, 185; y entrevistas Vázquez Viaña, 2002), aunque no necesariamente como producto de la recuperación del movimiento minero sindicalizado. Estos autores resaltan la oposición de intereses entre el Presidente Barrientos y el vicepresidente Ovando[18]. Este conflicto alcanzó altos niveles, y se responsabilizaron mutuamente por la escalada del conflicto en las minas. Barrientos acusó a Ovando de impulsar la movilización minera, mientras que Ovando acusó a Barrientos de ejecutar la orden de la masacre, así se desligó en parte de la responsabilidad (Ovando a Barrientos: “la orden del avance a las minas se produjo de la presidencia de la República”. Garcés, 2007, 144; y “el General Ovando tratando de zafar de las responsabilidades, dio a entender que él no había ordenado nada dejando la responsabilidad al Presidente de la República.” Reyes, 1968, 183).
La derrota del movimiento minero, producto de esta nueva represión, con certeza, influyó negativamente en la guerrilla al cortar todo tipo de posible relación que pudiera haber existido con aquél. Esto confirmó su aislamiento e incomunicación existentes desde fines de marzo. Está claro que la escalada del conflicto minero corría por un andarivel diferente al de la lucha guerrillera tal y como se estaba desarrollando en ese momento. No podía ser de otro modo. La lucha militar en el monte tiene su lógica propia militar separada de la necesidad inmediata de los mineros en sus reclamos. Sin embargo, lo que se intenta destacar es la dificultad, y por tanto el problema, de cuál fue la relación entre esas acciones militares y el movimiento político, al que se asegura, tiene que estar ligado. Es claro que la presencia de la guerrilla potenciaba el accionar minero en su reclamo salarial, que venía largamente relegado, pero esa simple potencia resultó estéril ante la decisión —ya usual de ese Gobierno— de represión contra los mineros, ahora en un grado mayor de masacre directa bajo la excusa de articulación con la guerrilla[19] que, como vimos, bajo una forma particular de relación, sólo estaba en su momento inicial. Es importante señalar que la masacre fue realizada a mansalva y que sólo murió un dirigente minero[20]. Los mineros podrían haberse reorganizado y, tal vez, hasta la masacre, haber potenciado aún más su acción. Sin embargo, venían de una permanente debilidad en sus reclamos y exigencias, con capacidad organizativa mermada por encarcelamientos, exilios, y ocupación militar parcial, en el marco de una dictadura que se sabía con la fuerza para imponer y sostener una rebaja salarial nominal. A pesar de todo eso, la fuerza de los trabajadores de las minas no había sido minimizada, sólo momentáneamente disminuida, les llevará pocos años su rearticulación para poder concretar sus reclamos.



[1] Lechín fue el líder minero de mayor relevancia de la llamada revolución de 1952 y uno de los principales apoyos del Gobierno que surgió de ella. “Lechín fue un instrumento de eficacia imprevista para la clase obrera en su necesidad de dialogar con la pequeña burguesía; pero no hay dudas de que fue a la vez la clase obrera un instrumento de Lechín para existir frente a la pequeña burguesía, que privilegiaba otro estilo: el paradigma de los pequeño burgueses era Paz Estenssoro” (Zavaleta Mercado, 1977, 102).
[2] Según señala Jean Baptiste Thomas, Domitilia Barrios dice que era un dirigente bastante conocido: “...incluye a un dirigente del temple de Moisés Guevara, que se exilia en lo más remoto del maquis pensando que está allí como pez en el agua, en vez de estar luchando paso a paso en las minas donde él y sus compañeros eran bastante conocidos” (Thomas, 2003, pág. 2). El texto/entrevista de Domitilia sólo menciona “posteriormente apareció un comunicado del grupo guerrillero y estaba firmado por Moisés Guevara, Simón Cuba, Julio Velasco, Raúl Quispaya, y no sé quienes más, pero todos muy conocidos en la mina” (Viezzer, 1980, pág. 124).
[3] Ver “Recuerdos de Loyola” (Soria, 2005, 153 a 167); y en Entrevistas Vázquez Viaña 2002.
[4] La referencia de Loyola es, claramente, al sector de González, proclive a la guerrilla y no al de Lora, como señalé arriba.
[5] Hay que recordar que ambos provenían de la filas de la juventud del PCB.
[6] Casi todos los otros muertos no fueron trabajadores de las minas sino familiares, ya que el ataque habría sido producido de madrugada y se habría un ataque a mansalva. (Entrevista a Gregorio Iriarte religioso de Pio XII de Catavi, en Ustariz, 2002, 318). Según el diario Unidad 323 de Junio de 1967 del PCB, rinden homenaje a los comunistas caídos en la acción nombrando a las siguientes personas: Rosendo García Maisman, Sabino Véliz, Víctor Candía, Eloy Quiroga, y Cupertino Caballero. Las investigaciones de José Pimentel Castillo han podido avanzar en el conocimiento de los hechos mineros gracias a las grabaciones magnetofónicas de las asambleas en los archivos de la radio católica Pio XII en la mina Siglo XX.

[7] Carlos Soria Galvarro asegura que es un mensaje enviado por Fidel Castro al Che Guevara.
[8] Sin firma que confirme quien envió el mensaje.
[9] Gregorio Iriarte señala: “Con la salida del Ejército, los mineros fueron levantando cabeza. Todos los objetivos de su lucha se concretaban ahora en dos palabras: reposición salarial” (Iriarte, 1983, pág. 152).
[10] “Julio Velasco Montaño (Pepe), natural de Oruro, ex trabajador de la mina San José. Se incorporó a la guerrilla con Moisés Guevara. Desertó del grupo de la retaguardia al que estaba asignado, formando parte de la “resaca” [tal como la catalogaba el Che]. Capturado por el Ejército fue torturado y luego fusilado, el 23 de mayo de 1967” (Soria, 2005, 219, Tomo 1).
[11] Iriarte dice: “Se sabe que algunos mineros habían ido al sudeste dispuestos a engrosar las filas de los guerrilleros. Se recuerda la visita a Siglo XX de Debray…” (Iriarte, 1983, 155).
[12] Existe la idea de la donación de una mita (jornada diaria de trabajo) de una de las mina para la guerrilla. No he encontrado elementos que comprueben su efectiva recaudación de la misma. Humberto Vázquez Viaña señala que: “solo el nivel 650 de Siglo XX, que era manejado por los trotskistas, ellos sacaron la decisión de ese nivel de dar una mita.” (Entrevistas Vázquez Viaña 2002). Marcos Domich del Comité Central del PCB asegura que se decidió en una “asamblea del interior de la mina una mita, y llegó a oídos del Gobierno” (Entrevista Marcos Domich noviembre de 2009).
[13] Según Lora: “Camacho fue el cerebro detrás de las huelgas de las mineros en 1967 que fueron seguidas por la noche de San Juan, discutida arriba. Inmediatamente, fue elegido secretario de relaciones de la FSTMB” (Lora, 1977, 355).
[14] Según Domitilia Barrios: “Hasta el momento en que se murió el Che, nosotros en la mina no sabíamos que él estaba en Bolivia. Había sí comentarios. Pero solamente cuando en la prensa salió la fotografía de su cadáver, recién supimos de que el Che había estado en las guerrillas” (Viezzer, 1980, 126).
[15] Baptista Gumucio llega a conclusiones análogas por caminos diferentes: “Se había encontrado el pretexto ideal para intervenir: la conspiración comunista” (Baptista Gumucio, 1968, 32).
[16] Lora señala: “El establecimiento de una zona militar permitió al Gobierno purgar los sindicatos, arrestar todos los sospechosos e imponer un cordón militar alrededor de la mayor mina del país” (Lora, 1977, 349).
[17] Según García Cárdenas: “la recuperación de los sindicatos mineros, a los que Barrientos consideraba su enemigo principal” (García Cárdenas; 2008; 173).
[18] “Ya no es un secreto en La Paz que las diferencias entre los dos generales, Barrientos, de la Fuerza Aérea y Ovando del Ejército, se están volviendo cada vez más serias” (Vázquez Díaz, 1978, 24).
[19] Filemón Escobar, dirigente minero trotskista, asegura: “El razonamiento era simple: mientras la guerrilla del Che reciba apoyo de los mineros, tendrá posibilidad de victoria” (Escobar, 2008, 66). La forma de ese apoyo es lo que trato en este texto de avanzar en una explicación.
[20] Esta explicación difiere de la sostenida por Adys Cupull y Froilán González que, basados en otro testigo no identificado por ellos, señala que la embajada de Estados Unidos informó al gobierno boliviano de tener información de que 20 mineros estaban listos para integrarse a las guerrillas (Cupull, 1989, 274 y 275).