miércoles, 12 de diciembre de 2012
VII Jornadas de Sociología de la UNLP “Argentina en el escenario latinoamericano actual: debates desde las ciencias sociales” La Plata, 5, 6 y 7 de diciembre de 2012
Mesa 6. Socialismo y sociología. Historia conceptual de sus afinidades y divergencias en su período de formación
Coordinadores: Pablo Nocera (UBA) Christian Castillo (UNLP-UBA) Cecilia Rossi (UBA)
Miércoles 15 a 19 hs.
Aula 217
Miércoles de 15 a 17hs.
Comentarista: Cecilia Rossi (UBA)
− “Política y militarismo. Sun Tzu, Jomini, y Engels. Claves para entender los sesenta en Argentina”. Cano, Diego (UBA)
− “Reflexiones a partir de los ‘Manuscritos de Paris’ y el problema de la alineación”. Castillo, Christian (UBAUNLP)
− “¿Teleología o Revolución Comunista?”. Luzza Rodríguez Pablo Gabriel (UBA-FSOC)
− “De la crítica-política a la crítica de la política. Una aproximación al par política/sociedad en el Joven Marx”. Rocca, Facundo Carlos (UBA-FSOC)
http://jornadassociologia.fahce.unlp.edu.ar/vii-jornadas-2012/PROGRAMA%20VII%20Jornadas%20Sociologia%20UNLP%202012.pdf
viernes, 16 de noviembre de 2012
domingo, 26 de agosto de 2012
La estrategia de guerra revolucionaria.
Torres Molina sobre las guerrillas en Argentina
http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=1809:revista-razon-y-revolucion-nd-22-literatura-y-lucha-de-clases-a-fines-el-siglo-xix-y-principios-del-xx&catid=36:ryrrevista&Itemid=68
http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=1809:revista-razon-y-revolucion-nd-22-literatura-y-lucha-de-clases-a-fines-el-siglo-xix-y-principios-del-xx&catid=36:ryrrevista&Itemid=68
El libro de Ramón Torres Molina Las Guerrillas en Argentina. Análisis
político y militar[1] plantea un debate desde una posición
poca desarrollada hasta hoy: la defensa del argumento de la estrategia de
guerra revolucionaria diferenciándola de una estrategia insurreccional.[2] En este marco el libro
desarrolla una explicación alejada de las caricaturas y del desconocimiento
casi absoluto de la génesis de la política de la guerrilla en los sesenta y
setenta, realizando una evaluación sobre la base de la experiencia individual
directa como dirigente de muchas acciones claves[3], con un uso de la
bibliografía exhaustivo y el acceso a documentos de archivos de las fuerzas
represivas poco utilizados hasta ahora.[4] Torres Molina se atreve a desarrollar la necesidad política y
militar de los intentos de todo el espectro existente de la Argentina, FAL,
FAP, ERP y Montoneros. Esta es una de las principales virtudes del libro,
lograr una explicación de conjunto de los grupos guerrilleros sin dejar de
someterlos a fuertes críticas.
Su máxima virtud, sin embargo, está en el
contenido polémico de sus afirmaciones. El libro afirma que había que derrotar
a las fuerzas enemigas y que para eso había que formar un ejército que
disputara el poder derrotándolo militarmente[5] teniendo como eje la
planificación, la lucha rural y las leyes propias de la actividad militar que
ellas encarnan. Estas afirmaciones, basadas en el momento estrictamente militar
de las guerrillas, dejan de lado el problema de la forma que toma la relación
del momento militar con la política. Estrictamente, cómo la lucha de clases se
expresa en la necesidad de asumir el momento militar. Adentrémonos en los ejes
que plantea el libro.
El autor plantea tres ejes centrales. El
primero es que no hubo coordinación estratégica entre las guerrillas impidiendo
“toda planificación”[6], aunque “pocas guerrillas
de América Latina habían iniciado la lucha armada con un número tan importante
de hombres y con tanta capacidad de fuego”[7] . Según el autor, “la
actitud inicial de las organizaciones armadas fue la de desarrollar la lucha
armada sin mayores definiciones estratégicas”[8]. Así, al afirmar la
ausencia de concepción estratégica, deja de lado todo el período que se
extiende de principios de los sesenta donde se evidencia la existencia de una
dirección estratégica por parte de Ernesto Guevara y Cuba respecto del EGP[9], las FARN[10] y el ELN[11] en la Argentina. A partir
de mediados de 1968 se da una creciente nacionalización en la coordinación de
acciones que se consolida a principios de los setenta. Justamente este período
es el momento en que Torres Molina ocupa un lugar destacado como dirigente al
frente de la GEL. Sin embargo cabría la afirmación de falta de planificación
entre las organizaciones que desarrollaban la lucha armada solo entre mediados
de 1968 y finales de 1969. Hasta ese momento el ELN Argentino[12], continuación del
proyecto del Che en Bolivia, conducirá la coordinación de las principales
iniciativas de acciones armadas.
El otro eje es el considerar como “error
de concepción”[13],
desde la perspectiva de la estrategia de guerra revolucionaria, el descartar la
guerrilla rural. La guerrilla urbana, para Torres Molina, “está definida por
una estrategia que consiste en ir creando, en forma progresiva, un núcleo
armado mediante la captura de armamentos y equipos, que en determinado momento
pasará a operar en las zonas rurales, pudiendo mantenerse, en ese caso, las
operaciones urbanas.”[14] En este sentido, la
guerrilla urbana tiene que servir a acrecentar “el poder de fuego”[15], capturar “armamentos y
equipos”[16]
y acrecentar la capacidad de sus miembros evitando “deliberadamente” los
enfrentamientos armados[17]. Así los diferentes grupos son evaluados
respecto a estas capacidades. Las FAL, por ejemplo, teniendo “escasa
experiencia militar”[18] y Montoneros con una
“efectiva capacidad de combate”[19]. Es así que, sobre la
base de las opiniones del líder de las guerrillas chipriotas, Georgios Grivas[20], plantea el problema
militar de la “saturación de la ciudad” de la guerrilla. Esta concepción es
también conocida como la estrategia de la cebolla, aplicada en Argelia. Ésta
consiste en la realización del cerco por parte de las fuerzas represivas realizando
una saturación de las ciudades e imposibilitando, por la acción del cerco mismo,
la operación de las guerrillas, y la conformación de un ejército rebelde. El planteo central es que se subestima la
importancia estratégica de la guerrilla rural “transformando lo que pudo ser
una estrategia de guerra revolucionaria originaria en una guerra de
resistencia”[21]
ya que la guerrilla rural es “la condición para la formación de una ejército
revolucionario”[22].
De esta concepción surge la evaluación
positiva de la estrategia del ERP de considerar a la guerrilla rural “esencial
en una estrategia revolucionaria”[23], aunque en su evaluación
Salta tenía mejores condiciones desde el punto de vista militar que Tucumán[24]. Sin embargo el autor no
duda en calificar a la dirección del ERP de incapacidad y de inmadurez[25] por tomar la decisión de
realizar acciones en un momento en que no se habían agotado las vías para la
lucha política. Para el autor, si se hubiera elegido bien el lugar
militarmente, la guerrilla se habría visto potenciada. Su error fue iniciar
acciones en un periodo constitucional que todavía no agota otras vías de lucha,
planteo que además se dice que es la base de toda iniciación de una guerrilla[26]. En este desarrollo se
generaría una “confusión de [la] organización política con [la] organización
militar tanto del PRT-ERP como de Montoneros”[27].
Este último punto nos lleva al tercer eje
planteado en el libro, sobre las leyes propias que tienen las acciones
militares: “Una vez tomada la decisión [de lucha armada] se debían adoptar
resoluciones militares, que contribuyeran al objetivo de la guerra, sin
interferencia de las tácticas políticas ya que una guerra se desarrolla de
acuerdo con sus propias leyes.”[28] Efectivamente el
desarrollo de las acciones militares tiene su lógica propia, y el querer tratar
como un mismo problema la relación de las masas, la política, y los problemas
estrictamente militares, le quita a este último el nivel de momento específico.
Pero el libro apenas afirma su carácter específico y su confusión con las
acciones militares. Éstas no habrían tenido, en las guerrillas Argentinas, su
base en la estrategia de guerra revolucionaria sino en una lógica ajena a
ellas. Observa por ejemplo: “entonces que la mayor parte de las acciones, las
que se consideraban ligadas al movimiento de masas, no formaba parte de una
estrategia guerrillera adecuada para el desarrollo de una guerra revolucionaria
ya que eran propias de una organización política o sindical y su ejecución
significaban un riesgo y desgaste para una organización armada”[29]. Sin embargo, estas
afirmaciones señaladas por Torres Molina, dejan pendiente de resolución el
problema de la relación de las masas —el momento político—, con el momento
estrictamente militar[30].
Para responder a este problema cabe preguntarse
qué entiende el mismo autor sobre qué es la política, y es aquí donde caben las
mayores objeciones.
Para Torres Molina, citando al análisis de
la columna Sabino Navarro de Montoneros,
las acciones militares son “la continuidad del nivel de conciencia
general”[31].
Por eso “el foco no es correcto ni incorrecto. El foco es un método que puede
ser correcto o incorrecto acorde con la realidad de la lucha de clases en un
marco histórico determinado”[32]. Esta lucha de clases y
el nivel de consciencia general están dados, según el autor, por la conexión
con la realidad nacional garantizada por el peronismo. Toda expresión de otra
posible “conexión” es descartada de plano. Por ejemplo, para Torres Molina, las
FAL “no superó su concepción inicial. Su antiperonismo implicaba un
desconocimiento de la realidad argentina”[33], o su “antiperonismo que
significaba su abierto desconocimiento de la realidad del país dificultaba su
desarrollo político”[34]. El peronismo es, en esta
osada tesis, el que interpreta correctamente el momento político.
Así puestas las cosas, la acción política
no tiene mediaciones, la relación entre la organización armada y la realidad
política no está dada por la forma que toma la acumulación de capital en la
Argentina, es decir, por la forma que toma la lucha de clases en un momento
determinado. La relación con la realidad política solo está dada por la forma
de interpretar que tiene la organización. Eso podría tomarse como una
afirmación parcialmente cierta, sin embargo, si esa organización no tiene una
base real sobre la que sustentarse, una clase, una inserción política, las
posibilidades de que esa interpretación se aleje de esa realidad política
mencionada, son mayores. La base “real”, su predicamento y desarrollo político
sobre el sector mayoritario de la población, la clase obrera, apalanca las
acciones de ese partido político. Esa base estaba incipientemente desarrollada,
tanto en su política como en su acción, en el PRT-ERP, y es algo que no se
destaca ni se valora en la evaluación de Torres Molina. ¿Por qué se postula que
la acción armada es política? Porque es “política en cuanto a sus objetivos”.
La pregunta es: ¿cuáles son esos objetivos? Si es simplemente la toma del
poder, y no la toma del poder para construir una sociedad sin clases, entonces
cabe la afirmación de que la acción armada en tanto se afirme por combatir para
obtener el poder, alcanza. El problema que constantemente se enfrenta la acción
política es: cómo se avanza en generar la fuerza necesaria para que la clase
obrera supere al capitalismo. En esto se puede llegar a concordar que “ninguna
de las organizaciones escapó a esas dificultades”[35]. En este sentido, el
abandono de estos objetivos por parte del autor, hace que la fuerza de su
argumento se pierda con la afirmación del peronismo como garante de la conexión
con la realidad, realizando por fin una evaluación unilateral de las guerrillas
en Argentina.
[1]Torres Molina, Ramón: Las Guerrillas en Argentina. Análisis
político y militar, Edición De la Campana, Argentina, 2011.
[3]La GEL (Guerrilla del Ejército Libertador) “estuvo bajo mi [su] mando
en 1968” (ibid. p. 38), el Plan operativo de las FAP (ibid. p. 69), y su
participación en Chile.
[4]Fuentes existentes en Archivo General de la Memoria y los
archivos del DIPBA de la Comisión
Provincial de la Memoria.
[7]Ibid. p. 78.
[11]Ejército
de Liberación Nacional, compuesto
por varias columnas que funcionaban bajo una única dirección.
[12]La investigación del ELN
en la Argentina es algo todavía pendiente de desarrollo.
[20]Grivas, Georgios: Guerra de Guerrillas. Enseñanza de la lucha
por la libertad de Chipre, Editorial
Rioplatense, Argentina, 1977, p. 70.
[26]Ibid, p. 102. Estas
afirmaciones dejan de lado las críticas que ha realizado Juan Carlos “Cacho”
Ledesma respecto a la concepción militar “equivocada” de la conducción del
PRT-ERP respecto de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez en Tucumán: “No fue
un error abrir un frente rural. Fue un error como lo manejamos”. En De Santis,
Daniel: Historia del PRT-ERP por sus
protagonistas, A formar filas, Editora guevarista, Argentina, 2010, pp. 500
y 501. Estas críticas se basan en tres puntos de la evaluación “errónea” del momento
militar: 1. si se estaba en “zona de disputa” o “zona liberada” lo que lleva
a fijar la zona de operaciones; 2. el
“error” de establecer campamentos cercanos a la zona de operaciones; y 3. el “error”
de confundir simpatía de las masas con participación directa. Estos puntos ya
estaban planteados en la entrevista del año 2006 realizada a Juan Carlos
“Cacho” Ledesma en Lucha Armada en la
Argentina, año 2, nº 7, pp. 56 a 74.
[29]Ibid, p. 67.
[30]“…la
situación política en la cual se presentará la toma del poder como una cuestión
práctica (es decir, en caso de crecimiento rápido de las disposiciones
revolucionarias entre los trabajadores, de grandes oscilaciones de la pequeña
burguesía y de debilitación del aparato gubernamental burgués), permitirá al
proletariado, con una buena dirección en el Partido, adquirir armas,
comprándolas, desarmando a la ligas fascistas, apoderándose de ciertos
depósitos, fabricándolas (primitiva al menos), y armar a la organización de combate
de manera suficiente, por lo menos para garantizar, en el momento de la
insurrección, el éxito de las tentativas para proporcionarse otras”. En
Marianetti, Benito: La conquista del
Poder, Colección Claridad, S/f, p. 106; y también ver Neuberg, A: La
Insurrección Armada, Ed. La Rosa Blindada, Argentina, 1972, pp. 37-40.
jueves, 26 de julio de 2012
El
Che Guevara y los mineros en Bolivia
Trataré de responderme esta pregunta: ¿Cuál
fue la relación de la guerrilla en el sudeste boliviano de 1967 con los mineros?
Lo tramposo de la respuesta es que se encuentra hecho carne la opinión que la
guerrilla sufrió un relativo aislamiento. Esta postura puede reconocerse como
una opinión bastante generalizada al respecto. Por ejemplo, uno de los libros
de mayor consulta general de la historia de Bolivia, de Herbert Klein, señala:
“Aunque
estaba en contacto [Ernesto Guevara] con el Partido Comunista Boliviano (PCB)
no hizo ningún contacto con los mineros, lo que puede explicarse porque
entonces los campamentos mineros estaban ocupados por el ejército, siendo
escenarios de violencia y conflictos casi diarios” (Klein, 2001, 252)
Estas opiniones a la luz
de la documentación existente hoy y de las nuevas investigaciones parecen
infundadas. De hecho, la guerrilla tuvo una política hacia los mineros. Por un
lado, la red urbana del ELN compuesta —entre otros— por Loyola Guzmán, Humberto
Vázquez Viaña y Rodolfo Saldaña, establecieron, dentro de sus posibilidades
—por cierto— escasas, relaciones con grupos en las minas. Por otro lado, de
mayor significación política, fueron los contactos con dirigentes que
documentan los mensajes cifrados (en su mayoría enviados desde Cuba) al Che
Guevara ya instalado en Bolivia. En fecha tan temprana como febrero, los
cubanos comenzaron una serie de acercamientos con el líder minero dirigente del
PRIN, Juan Lechín Oquendo[1],
reciente vicepresidente de Bolivia (1960-1964) y perseguido por el gobierno de
Barrientos. Este acercamiento consistía en el apoyo a la guerrilla en
declaraciones y en el entrenamiento de un grupo que iría a formar parte de la
guerrilla.
Por otro lado, es
importante señalar que al menos seis de los guerrilleros habían trabajado en
las minas y realizado alguna actividad sindical en ellas. Sin embargo, en este
caso, el argumento de Humberto Vázquez Viaña de que la participación de mineros
no implicaba el apoyo de los mineros como un todo, tiene sustento:
“Sí,
pero el hecho de que el grupo de los pro chinos sean mineros, no quiere decir
que los mineros están incluidos en la guerrilla armada, es decir, el hecho de
que haya estudiantes no quiere decir que los estudiantes están en la lucha
armada, porque, si bien Moisés Guevara era un minero y se había incorporado al
grupo del Che no arrastra consigo su masa o hace un contacto con su gente.
Quizás Moisés Guevara era más importante en la mina de Colquiri dirigiendo el
movimiento...” (Entrevistas Vázquez Viaña, 2002)
Además, Moisés Guevara,
por quien llegaban la mayoría de los trabajadores mineros incorporados a la
guerrilla, no era un dirigente que tuviera peso político significativo en las
minas[2].
Su convocatoria era más por ser una disidencia a favor de la lucha armada del
Partido Comunista marxista-leninista (PCm-l) pro chino de Oscar Zamora. Su
condición de disponer de fuerza política en las minas no parecería ser la clave
de su reclutamiento en la guerrilla del Che.
Y por sobre todo, hay un
hecho relevante para el futuro de la situación política y, de alguna manera,
para la guerrilla que, salvo honrosas excepciones, ha sido considerado como
algo separado del destino del movimiento guerrillero: la “Masacre de San Juan”
del 24 de junio de 1967. El Ejército, en esta acción, asesinó por lo menos a 26
personas. Veamos este hecho más en detalle.
En la red urbana del
ELN, hay opiniones dispares respecto de la importancia de los contactos que
disponía la propia estructura en las minas. Según los propios relatos de Loyola
Guzmán y de Humberto Vázquez Viaña, los contactos eran escasos[3].
Según L. Guzmán:
“Viajé
dos veces a Oruro. En esos días el Ejército masacraba mineros en Siglo XX fue
la famosa “noche de San Juan”. Y más adelante “Iniciamos contactos con un
sector del POR cuyos dirigentes se hallaban dispuestos y de acuerdo con la
posición guerrillera, se organizaron pequeños grupos para darles alguna
instrucción y comenzar algunas acciones en la ciudad” (Soria, 2005,165 y 167)[4]
En el propio relato de
Loyola, la “noche de San Juan” aparece como repentina; no hay ningún elemento
que sustente que ellos, ni los contactos realizados por ellos, hubiesen estado
trabajando políticamente para potenciar la organización de los mineros en ese
particular momento.
Esto está en consonancia
con lo sustentado por Vázquez Viaña:
“Yo
le decía Loyola que estaba trabajando en la Siglo, Siglo XX, dame los contactos
que nosotros tenemos para hacer, “no tenemos a nadie” me dice, no hay nadie, no
sabemos qué hacer, no hay nadie. No teníamos contactos, no estoy diciendo… yo
no los tenía, ok, no tenía por qué yo tenerlos, pero Loyola tampoco los tenía.
No sabíamos qué hacer con los contactos. No teníamos contactos. No los
teníamos. Luego, éste es el caso, segundo caso, que ya lo cuenta Loyola en su
experiencia real, días antes de la masacre de San Juan ella estaba yendo
también a la mina a ver si podía lograr algunos contactos, ella quería lograr
otro nivel de contactos, ella quería ir en sus contactos del partido, porque
conoce no a la gente, (porque la gente la conoce, porque conoce a esa gente) la
gente se le acerca y le dice, oye, porque uno conoce quién es más afecto, quién
es menos y, a veces, a quien reclutar. Para eso ella llegaba ahí, no pudo
porque le llegó la masacre y pa’ tras” (Entrevistas Vazquez Viaña 2002).
Ambos coinciden en que
sus contactos fueron con un grupo de trotskistas[5],
aunque se mencionen dos grupos diferentes, POR Lora y POR González.
Rodolfo Saldaña, también
integrante de la red urbana, destaca que él había tenido contactos con un
dirigente minero de Siglo XX llamado Rosendo García Maisman que era miembro del
Comité Central del Partido Comunista (García Cárdenas, 2008, 172), uno de los
pocos dirigentes mineros muertos[6]
defendiendo la estación de radio en las minas durante la masacre. Su
participación en el Comité Central del PCB y todos los relatos sobre lo
sucedido con su muerte en la noche de San Juan son elementos que posibilitan
afirmar que García Maisman no tendría que ver con la organización de mineros a
ser incorporados a “las guerrilleras”. Sin embargo, Saldaña señala:
“Después
del primer combate nos reunimos varias veces, él ya era uno de los nuestros y
comenzó a formar dos grupos, uno para entrar a la guerrilla y el otro de apoyo”
(Saldaña, 2001, 54).
Simón Reyes dirigente
minero y miembro del comité central del PCB, también estuvo en conversaciones
para incorporarse a las guerrillas después de acordar en Cuba con Fidel. Aunque
las conversaciones fueron en febrero, la incorporación nunca se realizo. La
relación de ambivalencia entre Reyes y las guerrillas, como la de García
Maisman, no puede ser explicada por fuera de la relación del PCB con el
proyecto que encarnó el Ernesto Guevara, y de la fortaleza implícita —o no— de la relación entre Cuba con la URSS , tema que excede el
objetivo de este trabajo.
Más allá de que si, en
efecto, había más o menos contactos, estos habían sido realizados solo
recientemente y no consistían en el núcleo del movimiento obrero en las minas,
excepto por el caso —de ser cierto— de García Maisman y de su supuesto grupo
futuro de inclusión a la guerrilla. De igual forma, este posible contacto de
Saldaña no explicita que hubiera una “coordinación” entre las acciones de la
guerrilla y las acciones que se estaban celebrando en ese momento en las minas.
Sólo hacían mención a posibles incorporaciones desde las minas de pequeños
grupos a las guerrillas, que nunca llegaron a realizarse. En este sentido, ésta
y las próximas relaciones con dirigentes mineros que se muestran, indican con
cierta fortaleza que no habría un “nexo orgánico” entre los mineros y las
guerrillas, tal como señala Carlos Soria (Soria, 2008, 15), debido a que un
órgano implica, ya no un nexo de exterioridad entre cosas separadas, sino como
parte de la misma sustancia cuyos componentes, en este caso la guerrilla y los
mineros, funcionarían en un todo coordinado. Esta coordinación de acciones del
movimiento de trabajadores en las minas que apoyen el desarrollo de la
guerrilla en el sudeste boliviano es el problema que plantea la contradicción
entre los argumentos políticos de Lora frente a la guerrilla, y el desarrollo
real que vamos encontrando en la relación entre la guerrilla y el proletariado
minero.
Sin embargo, aunque el
caso de Lechín podría llegar a mostrar cierto intento, leve y tardío, de una
probable coordinación basada en la relevancia y reconocimiento de este
dirigente en las minas, todas sus declaraciones y los mensajes cifrados indican
que lo acordado giraba más en torno a la incorporación que a la coordinación de
la actividad sindical minera y de las guerrillas. Pero, este intento, ni
siquiera estaría subordinado a la dirección de la guerrilla en Bolivia ni de su
pequeña red urbana, sino mediado por la distancia y las circunstancias de
clandestinidad, evidentes del caso, directamente desde Cuba.
En febrero de 1967 desde
Cuba, fue enviado un mensaje cifrado a Ramón (Che Guevara), el cual señala un
primer acercamiento que se realizaría—en el término de un mes— con cierta
coincidencia de objetivos:
“Lechín
llega en 15 días quiere ayuda económica y entrenamiento de hombres...”[7]
(CZO 30, Soria, 2005, 238, Tomo 2).
Más adelante, el 13 de
mayo de 1967 (pero anterior a la masacre de San Juan del 24 de Junio),
aparentemente desde Cuba se envía otro mensaje a Ramón, que demuestra
aprobación del liderazgo del Che Guevara del movimiento guerrillero por Lechín.
Dice así:
“Lechín en ésta; se le explicó estrategia
guerrillera y tu dirección de la misma le entusiasmó esto. Apoyará con gente
para la loma y hará declaraciones apoyando. Entrará clandestino dentro de 20
días, un mes al país”[8]
(Nº 35, Soria, 2005, 239, Tomo 2).
Según la biografía de
Lupe Cajías de Juan Lechín, el contacto de éste en Bolivia, Jorge “Pipi” Selum,
se le había encargado “escoger militantes benianos y mineros jóvenes para
mandarlos a La Habana
a entrenarse” (Cajías, 1994, 274). Por lo que no era solo Lechín desde La Habana ni desde Chile, sino
que éste transmitía estas acciones a su propio grupo en Bolivia. Ya en mayo, el
PRIN, partido afín a Lechín, saca un comunicado:
“Ya
el gobierno impopular no puede impedir la insurgencia popular armada contra la
tiranía que ha impuesto. Es así que la presencia de guerrilleros en Bolivia
hace temblar al imperialismo y sus lacayos nacionales en el continente”
(Cajías, 1994, 274).
Inmediatamente después
de la masacre, el dirigente minero declara en Chile:
“El ex vicepresidente de Bolivia Juan Lechín
declaró que la lucha armada es el único camino que quedaba en su país” (26 de
junio, Garcés, 1999, 136, obtenido de Granma Nº 159 del 27 de junio de 1967).
Nuevamente vemos, por
las expresiones de Juan Lechín, que este tiene como objetivo sumarse a la lucha
armada, y es a eso a lo que convoca. No hay detrás de estos llamados una
atención a la coordinación de las acciones con el grupo guerrillero. De todas
maneras, esta coordinación hubiera sido difícil realizarla directamente con el
Che Guevara, ya que este, desde el comienzo de las acciones militares, el 23 de
marzo, se encontraba totalmente aislado y sin comunicaciones con el exterior de
la guerrilla. De todas maneras, ni su red urbana ni desde Cuba parecería haber
muestra de que no había acuerdos de coordinar acciones en las minas con
acciones en la guerrilla. Los elementos existentes hasta hoy muestran que
solamente el objetivo era sumar más contingentes de militantes a la lucha en el
monte.
Pero ¿qué es lo que
pasaba en las minas? Los textos recientes de Carlos Soria Galvarro, José
Pimentel Castillo y Eduardo García Cárdenas aportan luz sobre estos hechos. El
nivel conflictivo venía en aumento desde la derrota sufrida contra el propio
Barrientos cuando éste, en mayo de 1965, impuso una inaudita rebaja salarial
nominal de —en promedio— 26,4%, entre otras cosas que perjudicaron a los
trabajadores (Pimentel, 2008, 50). Desde ese momento, las constantes asambleas,
mítines y acciones de los mineros iban en el sentido de, mínimamente, recuperar
esa pérdida nominal escandalosa. Pimentel desarrolla con detalles estas luchas
permanentes, en un escenario de dictadura militar con persecución, con varios
de sus dirigentes encarcelados y con varios otros en el exilio —entre otros
Lechín—, al tiempo que destaca cómo el eje de la acción de los mineros era la
recuperación salarial[9].
Solo cercanos a la fecha en la que el Gobierno ejecutó la masacre, los mineros
incorporaron no a la lista de sus reclamos, sino en sus llamados de
solidaridad, el apoyo a las guerrillas. Más allá de cierta “espontaneidad” en
la simpatía de objetivos que los mineros pudieran tener con la guerrilla, es
evidente que las pocas o muchas relaciones de la red urbana, las órdenes que
podrían haber llegado a transmitir Lechín y la participación de ex dirigentes y
trabajadores en la guerrilla jugaron un papel en estas declamaciones.
El
25 de mayo de 1967, el órgano de prensa de la Federación Sindical
de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) publicó una nota donde expresó la
solidaridad con la guerrilla:
“El
hambre, la miseria, la explotación, la desocupación, la violencia y el
matonaje, como la persecución que ha impuesto este Gobierno gorila de
Barrientos, es la consecuencia de la aparición de las GUERRILLAS. Los generales
dicen que se trata de bandoleros, enemigos de los pobres pero esto nadie cree.
Podemos afirmar que la inmensa mayoría de los trabajadores ven con simpatía la
acción guerrillera. Esto es verdad. No puede ser de otra manera, cuando se vive
en la injusticia, sin trabajo y mal alimentado. Se sabe que yanquis operan de
antiguerrilleros y esto indigna a los obreros" (Pimentel, 2008, pág. 100).
El 6 de
junio, se realizó una asamblea general de trabajadores mineros de Huanuni, con
presencia de dirigentes de Siglo XX y Catavi (Pimentel, 2008, 103). De trece
puntos reclamados por los mineros, ninguno menciona las guerrillas, pero según
Pimentel el dirigente René Chacón de Siglo XX pidió un minuto de silencio en
memoria del guerrillero Julio Velasco[10]
y manifestó que la guerrilla estaba compuesta por guerrilleros desclasados[11]
y que a los mineros sólo les quedaba alzarse en armas, y les indicó a los
trabajadores aportar drogas y víveres para ayudarlos[12]
(Pimentel, 2008, 105). Estas declaraciones fueron las únicas que el ministro
del interior Arguedas utilizó para justificar “instrucciones” en las minas con
posterioridad a la masacre (García Cárdenas, 2008, 175). Al día siguiente, el
Gobierno, basado en estas declaraciones de apoyo a la guerrilla, dictó estado
de sitio. Al otro día del estado de sitio, el dirigente minero trotskista Isaac
Camacho[13]
del POR Lora, reforzó el llamado de apoyo a los guerrilleros: “compañeros, los
guerrilleros son patriotas, ésta es una justa razón altamente obligados a
apoyarlos moral y materialmente en cualquier momento y cuando sea necesario.”
(Fuente original grabación de Radio Pio XII en Pimentel, 2008, 107). El
11 de junio, la Oficina
de Investigaciones Criminales de Oruro fue atacada por los mineros y, entre los
vivas que se oyeron, se gritó el “viva las guerrillas” (Garcés, 2007, 134).
Aumentando la tensión
con el gobierno, el 16 de junio se declaró territorio libre de militares en las
minas de Huanuni donde tendría gran influencia Lechín (Garcés, 2007,137). Según
un testimonio de un minero, Néstor minero de Huanuni, “Uno de los temas que se
discutirían era, pues, sobre el compañero Che Guevara. Éste ampliado para los
mineros y para el país era muy importante; por eso los milicos han venido a
matarnos”. (Garcés, 2007, 149). Sin embargo, este testimonio habría que ponerlo
en cuestión[14]
ya que públicamente no se sabía a ciencia cierta de la presencia de Ernesto
Guevara en Bolivia. Sólo recién el 30 de junio, el vicepresidente, el militar,
Ovando declara tener elementos que lo prueban y, por tanto, lo hizo público. De
todas formas, los mineros podrían saberlo tantos por los contactos de la red
urbana, como por las escasas informaciones que le podrían haber llegado del
grupo afín a Lechín. El 21 de junio el Gobierno, en voz de su canciller,
declaraba: “… se ha considerado que las radios mineras están propalando
excesiva propaganda subversiva y en ese sentido se ha instruido a los Ministro
de Gobierno y Obras Públicas para que cese esa propaganda” (Pimentel, 2008,
113). El 22 de junio, el clima se iba enfebreciendo,
y se realizó una reunión en el interior de la mina, donde, en el medio de los
discursos de los oradores, se les interrumpían con vivas a la Federación de Mineros,
mueras a los gorilas del gobierno, y con
vivas a la guerrilla (Pimentel, 2008, 115). Finalmente, el Gobierno,
frente a la inminencia del Ampliado General que se iba a realizar el 25 y 26 de
junio, decide reprimir el 24 de junio de 1967,
la noche de la fiesta de San Juan. Esta fiesta es considerada una de las
noches más frías del año, cuando se encienden las fogatas durante toda la
noche. El ataque fue realizado de manera sorpresiva en plena madrugada. Las
víctimas pertenecían en su mayoría a la población civil (Ustariz, 2002, 318).
No se pudo tomar casi ningún prisionero de la Federación de Mineros
que, aparentemente, era otro de los objetivos.
García Cárdenas señala:
“El
Ejército tenía por primer objetivo la radio emisora de los mineros; Rosendo
Maisman, encargado del cuidado del local sindical donde se encontraba la radio
logró ingresar al edificio, cuando las tropas se estaban escabullendo por las
inmediaciones…”.
“Así
Rosendo García Maisman es el único combatiente real y también el único
dirigente que lograron tomar las fuerzas atacantes” (García Cárdenas; 2008;
137)
La masacre no sólo fue
una medida preventiva que evitó toda posible articulación entre mineros y
guerrilleros (Soria, 2008, 15) como el propio Gobierno sostenía, sino que las
declamaciones a favor de las guerrillas fueron utilizadas por Barrientos como
el argumento[15]
para relanzar la represión contra la movilización minera, que parecía retomar
nuevas fuerzas[16].
Los elementos aquí reunidos parecen indicar que lo que más preocupaba al
Gobierno era esta movilización, no sólo por las tensiones gubernamentales que
ella producía, sino porque la parcial inmovilización de las minas significaba
cortar la principal fuente de recursos del Estado, ya que la minería era —de
las regiones afectadas— la principal fuente económica del país[17].
Esto no quita resaltar que el clima de cuestionamiento de la autoridad
gubernamental aumentaba debido a la existencia de la guerrilla y a la
movilización en la minas. Sin embargo, aquí se entiende, sólo se resalta cuál
era su primer objetivo en reconstituir dicha autoridad que se veía amenazada.
Una vez más, García
Cárdenas declara:
“La
recuperación orgánica del movimiento minero sindicalizado representaba un
peligro para el gobierno de Barrientos, por un lado le abría un frente
inesperado de sectores contrarios a su política y, por otro, mostraba su
incapacidad de controlar el país, tanto en el sudeste como en el occidente”.
(García Cárdenas; 2008; 199)
Aunque no sólo como
frente político, la agitación en las minas había producido una baja de 15
toneladas de estaño en Huanuni y de 250 en toda la Corporación Minera
de Bolivia (COMIBOL). “Las pérdidas por este concepto fueron valoradas en 750
mil dólares” (Pimentel, 2008, 113).
La represión cumplió su
objetivo principal de ponerle tope a la movilización minera, volver a la
producción normal y, de paso, cortar toda posibilidad de coordinación con la
guerrilla, aunque no tan inminente como el Gobierno divulgaba, retomando así su
senda de autoridad cuestionada.
La tensión al interior
del Gobierno es señalada por varios autores (Soria, 2008, 29; Vázquez Díaz,
1978, 9; Reyes, 1968, 185; y entrevistas Vázquez Viaña, 2002), aunque no
necesariamente como producto de la recuperación del movimiento minero
sindicalizado. Estos autores resaltan la oposición de intereses entre el
Presidente Barrientos y el vicepresidente Ovando[18].
Este conflicto alcanzó altos niveles, y se responsabilizaron mutuamente por la
escalada del conflicto en las minas. Barrientos acusó a Ovando de impulsar la
movilización minera, mientras que Ovando acusó a Barrientos de ejecutar la
orden de la masacre, así se desligó en parte de la responsabilidad (Ovando a
Barrientos: “la orden del avance a las minas se produjo de la presidencia de la
República”. Garcés, 2007, 144; y “el General Ovando tratando de zafar de las
responsabilidades, dio a entender que él no había ordenado nada dejando la
responsabilidad al Presidente de la República.” Reyes, 1968, 183).
La derrota del movimiento
minero, producto de esta nueva represión, con certeza, influyó negativamente en
la guerrilla al cortar todo tipo de posible relación que pudiera haber existido
con aquél. Esto confirmó su aislamiento e incomunicación existentes desde fines
de marzo. Está claro que la escalada del conflicto minero corría por un
andarivel diferente al de la lucha guerrillera tal y como se estaba
desarrollando en ese momento. No podía ser de otro modo. La lucha militar en el
monte tiene su lógica propia militar separada de la necesidad inmediata de los
mineros en sus reclamos. Sin embargo, lo que se intenta destacar es la
dificultad, y por tanto el problema, de cuál fue la relación entre esas
acciones militares y el movimiento político, al que se asegura, tiene que estar
ligado. Es claro que la presencia de la guerrilla potenciaba el accionar minero
en su reclamo salarial, que venía largamente relegado, pero esa simple potencia
resultó estéril ante la decisión —ya usual de ese Gobierno— de represión contra
los mineros, ahora en un grado mayor de masacre directa bajo la excusa de
articulación con la guerrilla[19]
que, como vimos, bajo una forma particular de relación, sólo estaba en su
momento inicial. Es importante señalar que la masacre fue realizada a mansalva
y que sólo murió un dirigente minero[20].
Los mineros podrían haberse reorganizado y, tal vez, hasta la masacre, haber
potenciado aún más su acción. Sin embargo, venían de una permanente debilidad
en sus reclamos y exigencias, con capacidad organizativa mermada por encarcelamientos,
exilios, y ocupación militar parcial, en el marco de una dictadura que se sabía
con la fuerza para imponer y sostener una rebaja salarial nominal. A pesar de
todo eso, la fuerza de los trabajadores de las minas no había sido minimizada,
sólo momentáneamente disminuida, les llevará pocos años su rearticulación para
poder concretar sus reclamos.
[1] Lechín fue el líder minero
de mayor relevancia de la llamada revolución de 1952 y uno de los principales
apoyos del Gobierno que surgió de ella. “Lechín fue un instrumento de eficacia
imprevista para la clase obrera en su necesidad de dialogar con la pequeña
burguesía; pero no hay dudas de que fue a la vez la clase obrera un instrumento
de Lechín para existir frente a la pequeña burguesía, que privilegiaba otro
estilo: el paradigma de los pequeño burgueses era Paz Estenssoro” (Zavaleta
Mercado, 1977, 102).
[2] Según señala Jean
Baptiste Thomas, Domitilia Barrios dice que era un dirigente bastante conocido:
“...incluye a un dirigente del temple de Moisés Guevara, que se exilia en lo
más remoto del maquis pensando que está allí como pez en el agua, en vez de
estar luchando paso a paso en las minas donde él y sus compañeros eran bastante
conocidos” (Thomas, 2003, pág. 2). El texto/entrevista de Domitilia sólo
menciona “posteriormente apareció un comunicado del grupo guerrillero y estaba
firmado por Moisés Guevara, Simón Cuba, Julio Velasco, Raúl Quispaya, y no sé
quienes más, pero todos muy conocidos en la mina” (Viezzer, 1980, pág. 124).
[4] La referencia de Loyola
es, claramente, al sector de González, proclive a la guerrilla y no al de Lora,
como señalé arriba.
[6] Casi todos los otros
muertos no fueron trabajadores de las minas sino familiares, ya que el ataque
habría sido producido de madrugada y se habría un ataque a mansalva.
(Entrevista a Gregorio Iriarte religioso de Pio XII de Catavi, en Ustariz,
2002, 318). Según el diario Unidad
323 de Junio de 1967 del PCB, rinden homenaje a los comunistas caídos en la
acción nombrando a las siguientes personas: Rosendo García Maisman, Sabino
Véliz, Víctor Candía, Eloy Quiroga, y Cupertino Caballero. Las investigaciones
de José Pimentel Castillo han podido avanzar en el conocimiento de los hechos
mineros gracias a las grabaciones magnetofónicas de las asambleas en los
archivos de la radio católica Pio XII en la mina Siglo XX.
[8] Sin firma que confirme
quien envió el mensaje.
[9] Gregorio Iriarte señala: “Con la salida del Ejército, los mineros fueron
levantando cabeza. Todos los objetivos de su lucha se concretaban ahora en dos
palabras: reposición salarial” (Iriarte, 1983, pág. 152).
[10] “Julio Velasco Montaño
(Pepe), natural de Oruro, ex trabajador de la mina San José. Se incorporó a la
guerrilla con Moisés Guevara. Desertó del grupo de la retaguardia al que estaba
asignado, formando parte de la “resaca” [tal como la catalogaba el Che].
Capturado por el Ejército fue torturado y luego fusilado, el 23 de mayo de 1967” (Soria, 2005, 219, Tomo
1).
[11] Iriarte dice: “Se sabe que
algunos mineros habían ido al sudeste dispuestos a engrosar las filas de los
guerrilleros. Se recuerda la visita a Siglo XX de Debray…” (Iriarte, 1983,
155).
[12] Existe la idea de la
donación de una mita (jornada diaria de trabajo) de una de las mina para la
guerrilla. No he encontrado elementos que comprueben su efectiva recaudación de
la misma. Humberto Vázquez Viaña señala que: “solo el nivel 650 de Siglo XX,
que era manejado por los trotskistas, ellos sacaron la decisión de ese nivel de
dar una mita.” (Entrevistas Vázquez Viaña 2002). Marcos Domich del Comité
Central del PCB asegura que se decidió en una “asamblea del interior de la mina
una mita, y llegó a oídos del Gobierno” (Entrevista Marcos Domich noviembre de
2009).
[13] Según Lora: “Camacho
fue el cerebro detrás de las huelgas de las mineros en 1967 que fueron seguidas
por la noche de San Juan, discutida arriba. Inmediatamente, fue elegido secretario
de relaciones de la FSTMB” (Lora, 1977, 355).
[14] Según Domitilia Barrios:
“Hasta el momento en que se murió el Che, nosotros en la mina no sabíamos que
él estaba en Bolivia. Había sí comentarios. Pero solamente cuando en la prensa
salió la fotografía de su cadáver, recién supimos de que el Che había estado en
las guerrillas” (Viezzer, 1980, 126).
[15] Baptista Gumucio
llega a conclusiones análogas por caminos diferentes: “Se había encontrado el
pretexto ideal para intervenir: la conspiración comunista” (Baptista Gumucio,
1968, 32).
[16] Lora señala: “El
establecimiento de una zona militar permitió al Gobierno purgar los sindicatos,
arrestar todos los sospechosos e imponer un cordón militar alrededor de la
mayor mina del país” (Lora, 1977, 349).
[17] Según García
Cárdenas: “la recuperación de los sindicatos mineros, a los que Barrientos
consideraba su enemigo principal” (García Cárdenas; 2008; 173).
[18] “Ya no es un
secreto en La Paz
que las diferencias entre los dos generales, Barrientos, de la Fuerza Aérea y
Ovando del Ejército, se están volviendo cada vez más serias” (Vázquez Díaz,
1978, 24).
[19] Filemón
Escobar, dirigente minero trotskista, asegura: “El razonamiento era simple:
mientras la guerrilla del Che reciba apoyo de los mineros, tendrá posibilidad
de victoria” (Escobar, 2008, 66). La forma de ese apoyo es lo que trato en este
texto de avanzar en una explicación.
[20] Esta explicación difiere de
la sostenida por Adys Cupull y Froilán González que, basados en otro testigo no
identificado por ellos, señala que la embajada de Estados Unidos informó al
gobierno boliviano de tener información de que 20 mineros estaban listos para
integrarse a las guerrillas (Cupull, 1989, 274 y 275).
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