domingo, 26 de agosto de 2012


La estrategia de guerra revolucionaria. Torres Molina sobre las guerrillas en Argentina

http://www.razonyrevolucion.org/ryr/index.php?option=com_content&view=article&id=1809:revista-razon-y-revolucion-nd-22-literatura-y-lucha-de-clases-a-fines-el-siglo-xix-y-principios-del-xx&catid=36:ryrrevista&Itemid=68

El libro de Ramón Torres Molina Las Guerrillas en Argentina. Análisis político y militar[1] plantea un debate desde una posición poca desarrollada hasta hoy: la defensa del argumento de la estrategia de guerra revolucionaria diferenciándola de una estrategia insurreccional.[2] En este marco el libro desarrolla una explicación alejada de las caricaturas y del desconocimiento casi absoluto de la génesis de la política de la guerrilla en los sesenta y setenta, realizando una evaluación sobre la base de la experiencia individual directa como dirigente de muchas acciones claves[3], con un uso de la bibliografía exhaustivo y el acceso a documentos de archivos de las fuerzas represivas poco utilizados hasta ahora.[4] Torres Molina se atreve a desarrollar la necesidad política y militar de los intentos de todo el espectro existente de la Argentina, FAL, FAP, ERP y Montoneros. Esta es una de las principales virtudes del libro, lograr una explicación de conjunto de los grupos guerrilleros sin dejar de someterlos a fuertes críticas.
Su máxima virtud, sin embargo, está en el contenido polémico de sus afirmaciones. El libro afirma que había que derrotar a las fuerzas enemigas y que para eso había que formar un ejército que disputara el poder derrotándolo militarmente[5] teniendo como eje la planificación, la lucha rural y las leyes propias de la actividad militar que ellas encarnan. Estas afirmaciones, basadas en el momento estrictamente militar de las guerrillas, dejan de lado el problema de la forma que toma la relación del momento militar con la política. Estrictamente, cómo la lucha de clases se expresa en la necesidad de asumir el momento militar. Adentrémonos en los ejes que plantea el libro.
El autor plantea tres ejes centrales. El primero es que no hubo coordinación estratégica entre las guerrillas impidiendo “toda planificación”[6], aunque “pocas guerrillas de América Latina habían iniciado la lucha armada con un  número tan importante de hombres y con tanta capacidad de fuego”[7] . Según el autor, “la actitud inicial de las organizaciones armadas fue la de desarrollar la lucha armada sin mayores definiciones estratégicas”[8]. Así, al afirmar la ausencia de concepción estratégica, deja de lado todo el período que se extiende de principios de los sesenta donde se evidencia la existencia de una dirección estratégica por parte de Ernesto Guevara y Cuba respecto del EGP[9], las FARN[10] y el ELN[11] en la Argentina. A partir de mediados de 1968 se da una creciente nacionalización en la coordinación de acciones que se consolida a principios de los setenta. Justamente este período es el momento en que Torres Molina ocupa un lugar destacado como dirigente al frente de la GEL. Sin embargo cabría la afirmación de falta de planificación entre las organizaciones que desarrollaban la lucha armada solo entre mediados de 1968 y finales de 1969. Hasta ese momento el ELN Argentino[12], continuación del proyecto del Che en Bolivia, conducirá la coordinación de las principales iniciativas de acciones armadas.
El otro eje es el considerar como “error de concepción”[13], desde la perspectiva de la estrategia de guerra revolucionaria, el descartar la guerrilla rural. La guerrilla urbana, para Torres Molina, “está definida por una estrategia que consiste en ir creando, en forma progresiva, un núcleo armado mediante la captura de armamentos y equipos, que en determinado momento pasará a operar en las zonas rurales, pudiendo mantenerse, en ese caso, las operaciones urbanas.”[14] En este sentido, la guerrilla urbana tiene que servir a acrecentar “el poder de fuego”[15], capturar “armamentos y equipos”[16] y acrecentar la capacidad de sus miembros evitando “deliberadamente” los enfrentamientos armados[17].  Así los diferentes grupos son evaluados respecto a estas capacidades. Las FAL, por ejemplo, teniendo “escasa experiencia militar”[18] y Montoneros con una “efectiva capacidad de combate”[19]. Es así que, sobre la base de las opiniones del líder de las guerrillas chipriotas, Georgios Grivas[20], plantea el problema militar de la “saturación de la ciudad” de la guerrilla. Esta concepción es también conocida como la estrategia de la cebolla, aplicada en Argelia. Ésta consiste en la realización del cerco por parte de las fuerzas represivas realizando una saturación de las ciudades e imposibilitando, por la acción del cerco mismo, la operación de las guerrillas, y la conformación de un ejército rebelde.  El planteo central es que se subestima la importancia estratégica de la guerrilla rural “transformando lo que pudo ser una estrategia de guerra revolucionaria originaria en una guerra de resistencia”[21] ya que la guerrilla rural es “la condición para la formación de una ejército revolucionario”[22].
De esta concepción surge la evaluación positiva de la estrategia del ERP de considerar a la guerrilla rural “esencial en una estrategia revolucionaria”[23], aunque en su evaluación Salta tenía mejores condiciones desde el punto de vista militar que Tucumán[24]. Sin embargo el autor no duda en calificar a la dirección del ERP de incapacidad y de inmadurez[25] por tomar la decisión de realizar acciones en un momento en que no se habían agotado las vías para la lucha política.  Para el autor, si se hubiera elegido bien el lugar militarmente, la guerrilla se habría visto potenciada. Su error fue iniciar acciones en un periodo constitucional que todavía no agota otras vías de lucha, planteo que además se dice que es la base de toda iniciación de una guerrilla[26]. En este desarrollo se generaría una “confusión de [la] organización política con [la] organización militar tanto del PRT-ERP como de Montoneros”[27].
Este último punto nos lleva al tercer eje planteado en el libro, sobre las leyes propias que tienen las acciones militares: “Una vez tomada la decisión [de lucha armada] se debían adoptar resoluciones militares, que contribuyeran al objetivo de la guerra, sin interferencia de las tácticas políticas ya que una guerra se desarrolla de acuerdo con sus propias leyes.”[28] Efectivamente el desarrollo de las acciones militares tiene su lógica propia, y el querer tratar como un mismo problema la relación de las masas, la política, y los problemas estrictamente militares, le quita a este último el nivel de momento específico. Pero el libro apenas afirma su carácter específico y su confusión con las acciones militares. Éstas no habrían tenido, en las guerrillas Argentinas, su base en la estrategia de guerra revolucionaria sino en una lógica ajena a ellas. Observa por ejemplo: “entonces que la mayor parte de las acciones, las que se consideraban ligadas al movimiento de masas, no formaba parte de una estrategia guerrillera adecuada para el desarrollo de una guerra revolucionaria ya que eran propias de una organización política o sindical y su ejecución significaban un riesgo y desgaste para una organización armada”[29]. Sin embargo, estas afirmaciones señaladas por Torres Molina, dejan pendiente de resolución el problema de la relación de las masas —el momento político—, con el momento estrictamente militar[30].
Para responder a este problema cabe preguntarse qué entiende el mismo autor sobre qué es la política, y es aquí donde caben las mayores objeciones.
Para Torres Molina, citando al análisis de la columna Sabino Navarro de Montoneros,  las acciones militares son “la continuidad del nivel de conciencia general”[31]. Por eso “el foco no es correcto ni incorrecto. El foco es un método que puede ser correcto o incorrecto acorde con la realidad de la lucha de clases en un marco histórico determinado”[32]. Esta lucha de clases y el nivel de consciencia general están dados, según el autor, por la conexión con la realidad nacional garantizada por el peronismo. Toda expresión de otra posible “conexión” es descartada de plano. Por ejemplo, para Torres Molina, las FAL “no superó su concepción inicial. Su antiperonismo implicaba un desconocimiento de la realidad argentina”[33], o su “antiperonismo que significaba su abierto desconocimiento de la realidad del país dificultaba su desarrollo político”[34]. El peronismo es, en esta osada tesis, el que interpreta correctamente el momento político.
Así puestas las cosas, la acción política no tiene mediaciones, la relación entre la organización armada y la realidad política no está dada por la forma que toma la acumulación de capital en la Argentina, es decir, por la forma que toma la lucha de clases en un momento determinado. La relación con la realidad política solo está dada por la forma de interpretar que tiene la organización. Eso podría tomarse como una afirmación parcialmente cierta, sin embargo, si esa organización no tiene una base real sobre la que sustentarse, una clase, una inserción política, las posibilidades de que esa interpretación se aleje de esa realidad política mencionada, son mayores. La base “real”, su predicamento y desarrollo político sobre el sector mayoritario de la población, la clase obrera, apalanca las acciones de ese partido político. Esa base estaba incipientemente desarrollada, tanto en su política como en su acción, en el PRT-ERP, y es algo que no se destaca ni se valora en la evaluación de Torres Molina. ¿Por qué se postula que la acción armada es política? Porque es “política en cuanto a sus objetivos”. La pregunta es: ¿cuáles son esos objetivos? Si es simplemente la toma del poder, y no la toma del poder para construir una sociedad sin clases, entonces cabe la afirmación de que la acción armada en tanto se afirme por combatir para obtener el poder, alcanza. El problema que constantemente se enfrenta la acción política es: cómo se avanza en generar la fuerza necesaria para que la clase obrera supere al capitalismo. En esto se puede llegar a concordar que “ninguna de las organizaciones escapó a esas dificultades”[35]. En este sentido, el abandono de estos objetivos por parte del autor, hace que la fuerza de su argumento se pierda con la afirmación del peronismo como garante de la conexión con la realidad, realizando por fin una evaluación unilateral de las guerrillas en Argentina.




[1]Torres Molina, Ramón: Las Guerrillas en Argentina. Análisis político y militar, Edición De la Campana, Argentina, 2011.
[2]Ibid, p. 39.
[3]La GEL (Guerrilla del Ejército Libertador) “estuvo bajo mi [su] mando en 1968” (ibid. p. 38), el Plan operativo de las FAP (ibid. p. 69), y su participación en Chile.
[4]Fuentes existentes en Archivo General de la Memoria y los archivos del DIPBA de la Comisión Provincial de la Memoria.
[5]Ibid. pp. 39, 32, 39, 75, y 111.
[6]Ibid. p. 12.
[7]Ibid. p. 78.
[8]Ibid. p. 28.
[9]Ejército Guerrillero del Pueblo, liderado por Ricardo Masetti.
[10]Fuerzas Armadas de la Revolución Nacional, lideradas por Ángel “el Vasco” Bengoechea.
[11]Ejército de Liberación Nacional, compuesto por varias columnas que funcionaban bajo una única dirección.
[12]La investigación del ELN en la Argentina es algo todavía pendiente de desarrollo.
[13]Ibid, p. 89.
[14]Ibid, p. 25.
[15]Ibid, p. 31.
[16] Ibid, pp. 30 y 43.
[17]Ibid, p. 43.
[18]Ibid, p. 37.
[19]Ibid, p. 42.
[20]Grivas, Georgios: Guerra de Guerrillas. Enseñanza de la lucha por la libertad de Chipre, Editorial Rioplatense, Argentina, 1977, p. 70.
[21]Ibid, p. 53.
[22]Ibid, p. 57.
[23]Ibid, p. 63.
[24]Ibid, p. 77.
[25]Ibid, p. 76.
[26]Ibid, p. 102. Estas afirmaciones dejan de lado las críticas que ha realizado Juan Carlos “Cacho” Ledesma respecto a la concepción militar “equivocada” de la conducción del PRT-ERP respecto de la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez en Tucumán: “No fue un error abrir un frente rural. Fue un error como lo manejamos”. En De Santis, Daniel: Historia del PRT-ERP por sus protagonistas, A formar filas, Editora guevarista, Argentina, 2010, pp. 500 y 501. Estas críticas se basan en tres puntos de la evaluación “errónea” del momento militar: 1. si se estaba en “zona de disputa” o “zona liberada” lo que lleva a  fijar la zona de operaciones; 2. el “error” de establecer campamentos cercanos a la zona de operaciones; y 3. el “error” de confundir simpatía de las masas con participación directa. Estos puntos ya estaban planteados en la entrevista del año 2006 realizada a Juan Carlos “Cacho” Ledesma en Lucha Armada en la Argentina, año 2, nº 7, pp. 56 a 74.
[27]Ibid, p. 108.
[28]Ibid, p. 92.
[29]Ibid, p. 67.
[30]“…la situación política en la cual se presentará la toma del poder como una cuestión práctica (es decir, en caso de crecimiento rápido de las disposiciones revolucionarias entre los trabajadores, de grandes oscilaciones de la pequeña burguesía y de debilitación del aparato gubernamental burgués), permitirá al proletariado, con una buena dirección en el Partido, adquirir armas, comprándolas, desarmando a la ligas fascistas, apoderándose de ciertos depósitos, fabricándolas (primitiva al menos), y armar a la organización de combate de manera suficiente, por lo menos para garantizar, en el momento de la insurrección, el éxito de las tentativas para proporcionarse otras”. En Marianetti, Benito: La conquista del Poder, Colección Claridad, S/f, p. 106; y también ver Neuberg, A: La Insurrección Armada, Ed. La Rosa Blindada, Argentina,  1972, pp. 37-40.
[31]Ibid, pp. 43 y 44.
[32]Ibid, p.  44.
[33]Ibid, p. 113.
[34]Ibid, p. 114.
[35]Ibid, p. 95.

1 comentario:

nadirahiglesia dijo...

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