Artículo del Anuario de Lucha Armada 2014
La insurgencia en la doctrina francesa, norteamericana y argentina
Diego Cano, director del CEIH
I.
Como es sabido, la llamada lucha armada en América Latina durante las
décadas de los sesenta y setenta tiene todavía mucho para decirnos de sus
aspectos concretos; pero por sobre todo resulta necesario dar lugar a
discusiones que permitan avanzar en una explicación del proceso más allá de los
extremos que representan descalificaciones estigmatizadoras y justificaciones de raíces románticas.
Como defecto casi general en los análisis del fenómeno, existe una
tendencia a considerarlo de manera provincialista evadiendo el aspecto general
de la política mundial, caracterizada por la tensión de la guerra fría. Suele
tomarse acríticamente la forma concreta que ese enfrentamiento general muestra
en nuestra región, y en Argentina en particular, aunque se desconoce el grado de influencia que la geopolítica
pudo tener sobre ella.
Abordo este trabajo con el convencimiento de que una explicación del
periodo sólo puede surgir de la consideración de las determinaciones que
implican para la insurgencia la competencia entre las dos grandes potencias
mundiales. Buscando en sus manifestaciones concretas los modos en que esa
necesidad se hace carne en los procesos locales, en sus condiciones
particulares. Sólo una explicación coherente de esas tendencias generales puede
dar cuenta de las motivaciones de raíz de este periodo histórico.
En este sentido, nuevos textos han venido a dar luz sobre aspectos críticos
al interior de las organizaciones armadas, aunque pocos afrontan los vínculos
existentes entre estas organizaciones y el eje Cuba/URSS, sin caer en
demonizaciones o magnificaciones justificadoras. De la misma forma, del otro
lado de la soga, se ha avanzado bastante en la recopilación parcial de la
influencia francesa en la contrainsurgencia
argentina, en ciertos aspectos de coordinación regional de la represión, pero
bastante menos en el estudio de los lineamientos generales que explican una
política contrainsurgente impulsada
principalmente desde los Estados Unidos[1]. La
documentación encontrada en los archivos de Asunción del Paraguay[2],
y los documentos clasificados divulgados por los Estados Unidos a través de su
llamada “ley de libertad de la información” comprueba la responsabilidad
intelectual norteamericana en la coordinación de los organismos de seguridad
regionales en la represión. Esta documentación poco dice del aspecto doctrinal
militar que sirve de guía para los planes de las fuerzas armadas de nuestros
países[3]
que desarrollo en ese trabajo.
Una aparente
explicación de esta falta estaría en la necesidad de no darle trascendencia a
las hipótesis intencionalmente ideológicas que aseguran que tanto la lucha
armada como la estrategia de contención, que termina en una feroz represión,
fueron un simple reflejo de políticas determinadas por los principales centros
de poder.
Mutatis
mutandis, mi
hipótesis es que la estrategia instrumentada desde las fuerzas armadas en toda
América Latina[4]
para combatir la llamada insurrección se enmarca en un desarrollo particular
del enfrentamiento de la guerra fría, y que el carácter propio, singular, que
la lucha armada y su represión por las fuerzas militares toman en la Argentina
no llegan a velar una influencia de carácter regional, e incluso internacional.
En este texto intento
mostrar, como un aspecto de ese clima general, la forma en que aparece el
concepto de insurgencia en las
doctrinas militares[5], francesa, norteamericana y
argentina.
Las lecciones aprendidas por los franceses
en Vietnam, y Argelia dieron origen a un nuevo cuerpo de teorías que basan el
centro de gravedad del enfrentamiento militar en el control de la población. Supuestamente el cuerpo doctrinal
norteamericano aparecería enfrentado a este planteo enfatizando la destrucción
directa del enemigo por sobre el control de la población. Estas páginas
intentan demostrar que la línea demarcatoria entre ambos lineamientos no es tan
evidente, y que ambas concepciones se funden a principios de los sesenta. Esta
fusión se dio en el marco de la difusión de la teoría de Mao en el continente,
y la rápida reacción de Kennedy, dando impulso inmediato a la contrainsurgencia
en respuesta a los nuevos aires que se irradiaban desde Cuba.
El análisis de las doctrinas militares
regionales permite afirmar que los ejércitos tenían claro que la clave para la
eliminación de la guerrilla era atacarla en la etapa inicial de su desarrollo.
Esto fue lo que pasó efectivamente con el EGP, las FARN, el Che en Bolivia, y
las FAP en Taco Ralo. La unanimidad de estas expresiones revela una difusión de
las concepciones contrainsurgentes internacionales más veloz y eficaz que la
observable del lado insurgente.
A pesar de esta unanimidad de los hechos, existe una
diferencia evidente entre la doctrina francesa, por un lado, y la
norteamericana y la argentina, por otro. Mientras que la primera asume
abiertamente, como en el caso de Trinquier, el uso de la tortura como método de
obtención de información, la doctrina formal de los manuales y reglamentos
norteamericanos y argentinos, se cuidan de mencionar tales elementos
coercitivos. Sólo los reglamentos argentinos de 1976, en medio de una represión
imperante, incluyen alusiones mediante eufemismos a “la captura preventiva de
sospechosos” o destacan la necesidad de formar una conciencia del combatiente
como “cazador de subversivos”. En el caso norteamericano desde 1994 se conoce
la existencia de manuales de torturas utilizados en los sesenta que no son
mencionados por los manuales de contraguerrilla y fuerzas irregulares de la
época. En el caso argentino, aunque la tortura y todo tipo de métodos
coercitivos, ya fue más que demostrada, se desconoce hasta ahora la existencia
de este tipo de material[6]. Como
aseguran Mignone y Mc Donnell parece evidente la existencia de una
“normatividad global paralela y secreta”.
Esta normativa habría sido en gran parte quemada por orden del general Bignone
en noviembre de 1983[7].
A continuación
comenzaré el desarrollo abordando la situación internacional y regional al comienzo
de la década de 1960.
II.
La insurgencia cobra
auge en nuestra región después de la revolución cubana en 1959. Esto tuvo su
repercusión en la necesidad de “contención” por parte de los Estados Unidos.
Kennedy ordenó en 1960 una amplia y fuerte respuesta al desarrollo de la insurgencia en el llamado Tercer Mundo.
Del lado soviético Nikita Kruschev, en un discurso de 6 de enero de 1961,
afirmó su apoyo a las guerras de liberación nacional[8]. La doctrina norteamericana de
intervención militar en cuestiones internas
impulsada por Kennedy tenía como objetivo último impedir el acceso al
poder de una fuerza militar apoyada por los comunistas, sin generar en esa
contención una confrontación abierta entre los Estados Unidos y la Unión
Soviética[9].
El análisis desde
Estados Unidos señalaba que la estrategia comunista era realizar una lucha
prolongada tendiente a desgastar el sistema de alianzas de los Estados Unidos
en las zonas periféricas[10]. La doctrina contrainsurgente se
combinaba con el desarrollo expuesto desde el MIT que sostenía que las naciones
en vías de desarrollo, son más vulnerables a la subversión. Como consecuencia
de estos diagnósticos se afirmará la necesidad de intervención de los ejércitos
regionales[11] en cuestiones internas[12].
Kennedy en su mensaje
al congreso estadounidense de mayo de 1961 establece “urgentes necesidades
nacionales” entre las que se encuentra un marco institucional apropiado para la
guerra contrainsurgente. Estados
Unidos ya disponía de material doctrinal relacionado a la guerra de guerrillas,
que puede entenderse por fuera del esquema de enfrentamiento ideológico que se producirá en el llamado Tercer Mundo.
Efectivamente el material doctrinal de guerra de guerrillas estadounidense
anterior a 1960 se focalizará en una concepción de la guerrilla como una rama
subsidiaria de la guerra que debía ser combatida por “pequeñas unidades
agresivas”. Es a partir del giro político y doctrinal producto de los
realineamientos estratégicos derivados del nuevo nivel de fricción de la guerra
fría que la doctrina, llamada ahora contrainsurgente,
se convierte en algo totalizador. En ese marco y bajo esa nueva doctrina es que
se crea la Escuela de las Américas
donde se formaron innumerable cantidad de cuadros de las fuerzas armadas del
continente[13].
La particularidad del
caso argentino, caracterizado por la generación del terror generalizado a
través de la desaparición forzada masiva, no puede explicarse desde la doctrina francesa, o norteamericana, y ni
siquiera considerando la propia doctrina militar argentina explicita. El
carácter masivo de asesinatos y desapariciones resulta particular, y parece
diseñado desde el ejército con posterioridad a la doctrina contrainsurgente de
principios de los setenta.
Este texto no aborda
la cuestión del clima ideológico fervientemente anticomunista generado en gran
parte por textos escritos por personal de las fuerzas armadas, sino que
focaliza en el material doctrinal, de lectura obligatoria y presentado como
guía para conducción de las operaciones contrainsurgentes en Argentina dentro
de las fuerzas armadas. Se ha puesto mucho énfasis en diferentes análisis en
destacar la importancia de lo ideológico en la represión que forjó la hegemonía
que posibilitó construir la imagen deshumanizada del comunista como virus foráneo,
con lo cual solo cabía eliminarlo para poder seguir manteniendo vivo el
organismo de la sociedad; aunque, como Jano, su otra cara no recibió la misma
atención el trabajo sobre las formas concretas en las cuales circuló el
pensamiento militar contrainsurgente que señaló la forma específica de combatir
y aniquilar la insurgencia.
Al contrario del
material ideológico, la doctrina militar se muestra más objetiva, más despojada
del espíritu anticomunista popularizado de diversas formas. Los manuales presentan
a la insurgencia desarrollándose desde uno o varios problemas reales de
descontento de la población. No hay definiciones concretas de las bases de ese
descontento, pero el análisis general plantea una sociedad “altamente injusta”.
De ahí que el combate de esa insurgencia se plantee en términos de trabajo
sobre el apoyo potencial de la población hacia el “grupo altamente motivado”
que dirige la insurrección en dos modalidades: una persuasiva, y otra coercitiva.
Aunque estos
reglamentos utilicen una variada gama de conceptos sin definirlos
explícitamente, los términos insurgencia y guerrilla se utilizan con
significados diferentes. La insurrección es algo más amplio, que contiene como
el momento militar a las guerrillas, pero se considera que éstas sólo se
desarrollan cuando la insurrección está avanzada.
El análisis de estos
manuales deja en claro entonces que las fuerzas armadas sostenían la necesidad
de acciones coercitivas contra las fuerzas irregulares, aunque solo aparezcan
menciones solapadas a esa coerción. Pero algo más importante surge de ese
análisis, y es que las fuerzas armadas tenían un conocimiento bastante profundo
de las motivaciones y formas de accionar táctico y estratégico de los grupos
insurgentes. De esta manera, puede decirse que contaban con las herramientas
teóricas para instrumentar (en caso de tener la necesidad, el poder de decisión
y la fuerza) las medidas necesarias para una efectiva aniquilación de las
fuerzas irregulares.
Varios autores, entre
ellos Gabriel Periés y María Monique Robin, y organizaciones como el CELS,[14] han señalado la importancia de
la influencia francesa sobre la doctrina y práctica contrainsurgente argentina.
Y este señalamiento también ha sido sugerido por militares[15] argentinos[16]. Además de algunas declaraciones
de Camps, el mismo Videla en el libro de entrevista de Reato Disposición final afirma: “El ejército
no enseñaba a torturar: Pero también es cierto que había manuales del ejército
francés basados en las experiencias de Argelia que motivaron la instalación
dentro del Estado Mayor de Ejercito, de una comisión de oficiales franceses
para colaborar con el departamento Doctrina del Ejercito a fin de adecuar
nuestros reglamentos. Luego de la guerra de Vietnam vino también una comisión
del ejército norteamericano pero los de mayor influencia, tal vez por haber
llegado primero y por la experiencia emblemática en Argelia, fueron los
franceses[17]”. Es interesante destacar que
así como se conoce bastante de la comisión francesa, poco o nada se conoce
respecto a la comisión norteamericana que menciona Videla.
Como expresión de la diferencia abismal entre la influencia francesa y
la norteamericana veamos algunos números. El cálculo que realiza Mazzei es que
al menos un oficial fue enviado a las escuelas militares francesas entre los
años 1957 y 1962[18],
lo que puede llegar a dar un máximo de entre 15 a 20, suponiendo que en varios
años hayan ido a las escuelas militares francesas más de dos oficiales[19].
Esto está proporcionalmente bien lejos de lo que será la capacitación en contrainsurgencia de
600 militares en la Escuela de las
Américas, y casi 3600 en escuelas militares de los Estados Unidos entre
1950 y 1976. Considero que una diferencia cuantitativa tan abrumadora es la
expresión de la cualidad o capacidad de influir que ejercieron las doctrinas
francesas y norteamericanas en la Argentina. En cuanto a los contenidos, la
influencia francesa sobre la doctrina argentina habría que acotarla al terreno
ideológico, en la justificación del uso de la tortura. La resignificación
estratégica de este instrumento y la capacidad concreta de aplicarlo
corresponde adjudicarlo a la influencia norteamericana.
III.
Antes de comenzar el desarrollo de la doctrina francesa señalo algunos
aspectos de su influencia sobre la doctrina de los Estados Unidos. David
Galula, francés, combatiente en Argelia, fue publicado y auspiciado en los
Estados Unidos por la Rand Corporation,
organización gubernamental vinculada estrechamente a la industria bélica
norteamericana e influyente sobre las políticas de contrainsurgencia ejecutadas
en América Latina. Galula cobra
significancia hoy por haber sido llamado por el General Petraus, líder de la
ofensiva en Irak, como “el Clausewitz de la contrainsurgencia”. Más allá de su
significativa influencia, explicado fundamentalmente por sus ediciones en
inglés, Galula en realidad retoma las conclusiones de Trinquier, sin la mención
directa a la necesidad de la tortura. Cabe aclarar que Trinquier fue
ampliamente difundido y editado en Argentina.
También el teniente coronel del ejército norteamericano John McCuen,
publicado en 1967 en Argentina por el Circulo Militar, realiza un pormenorizado
análisis de la experiencia británica, pero fundamentalmente francesa[20].
McCuen deja claro que la doctrina francesa, construida sobre su experiencia en
Indochina y Argelia, había sido ampliamente estudiada e incorporada a la
doctrina norteamericana ya a mitad de los sesenta.
La doctrina francesa, llamada Doctrina de Guerra Revolucionaria (DGR)
comenzó en 1952; y los escritos más conocidos al respecto corresponden a Roger
Trinquier. Para Marie-Monique
Robin: “la guerra moderna [de
Trinquier] de 1961 se convertirá más tarde en la Biblia de los especialistas de
la “lucha antisubversiva” de la Argentina a Chile pasando por Estados Unidos,
Irlanda del Norte o la Rusia de Putin”[21] Los libros de Trinquier también sirvieron de
inspiración a varias de las novelas de Jean Larteguy sobre las guerrillas y la
contrainsurgencia. Estas novelas fueron ampliamente leídas, difundidas y
traducidas en América Latina principalmente como material de propaganda y
adoctrinamiento en niveles inferiores de capacitación dentro de las fuerzas
armadas[22].
La elaboración de esta doctrina se basa en la lectura pormenorizada de
las obras de Mao Tse Tung, que según entendían eran la base ideológica del
desarrollo de la guerra en Indochina. Aquí sintetizaré las principales
conclusiones de Trinquier, ya que desconozco la existencia de material
doctrinal del ejército francés al calor de la guerra de Indochina y Argelia.
En primer lugar, la DGR desarrolla la
concepción de la ilegitimidad absoluta del enemigo interior, que nunca puede
ser del todo nacional, sobre la base de la concepción de la estrategia
indirecta del general Beaufre, que explica que el enemigo insurrecto siempre
está haciendo el juego de una potencia más o menos oculta que lo controla
dándole apoyo en términos de propaganda o de acción psicológica (una tribuna
internacional por ejemplo), en términos de financiamiento (fondos secretos para
comprar armas o favorecer la criminalidad organizada) o de asesoramiento
militar e ideológico extraño[23]. Como arma
ideológica, la descalificación basada en el control extranjero le quita al
proceso insurgente la aspiración de legitimidad basada en ser la expresión
genuina de necesidades o problemas reales
las sociedades en que surgen. Además la figura de fuerza extranjera,
ajena al propio cuerpo, habilita la
metáfora del virus que debe ser rechazado para que la sociedad “siga
viviendo”, de manera que su eliminación no produce ningún problema moral ni
político.
El estigma del control extranjero de los
insurgentes que aparece en Trinquier, puede encontrarse en los textos más
ideológicos argentinos, de militares y civiles, pero no se encuentran en los
reglamentos militares argentinos considerados acá.
Algunos autores plantean que la DGR es una
doctrina más enfocada en lo militar. Lo que surge de este análisis es
justamente que el aspecto que resalta es justamente el contrario. La misión de
la lucha contrainsurgente para Trinquier no es sólo asegurar el control militar
de un espacio territorial, sino, y fundamentalmente, el control político de la
población.
La reflexión general realizada por Trinquier,
luego de las experiencias de la primera guerra de Indochina (1945-1954) y de
la guerra de Alegría (1954-1962) plantea
un cambio total en el tipo de guerra con la cual los ejércitos deberán
enfrentarse. Se trata del paso de las guerras convencionales o tradicionales,
en las cuales las operaciones militares siguen su curso sin contar sus efectos
en la población civil, y las guerras modernas o revolucionarias, en las cuales
la cooperación de la población civil representa el objetivo vital de la lucha.
El análisis de los métodos de guerra empleados
por los insurgentes es el interés de Trinquier. Para él la guerra
revolucionaria es algo mucho más amplio que solamente la guerra de guerrillas.
La guerra revolucionaria implica, fundamentalmente, la lucha por el control y
el apoyo de la población civil de la zona o nación en la cual se busca tomar el
poder. Esta es una característica de gran importancia para Trinquier, y su
preocupación es que los ejércitos nacionales siguen luchando contra estos
grupos insurgentes como si se trataran de ejércitos convencionales, lo cual
lleva a su derrota.
De esta forma la parte armada del conflicto,
la parte de guerra de guerrillas, constituye solo un elemento, y no el más
importante, en toda una maquinaria de guerra que busca controlar a la población y obtener su apoyo,
constituyendo una organización dentro de la misma población.
La consecuencia directa de esto último, es que
en este tipo de guerra, no se lucha frente a frente con otro ejercito claramente identificable;
el enfrentamiento es en cambio con una organización clandestina cuyo objetivo principal
es imponer su voluntad a una población, que cuenta con un ejército pequeño pero
consistente y efectivo, y que trabaja clandestinamente entre la propia
población.
La organización revolucionaria no busca destruir al ejército
enemigo al comenzar la lucha, porque no tiene todavía la fuerza necesaria; por
el contrario, se propone un plan a largo plazo para hacerse con el poder en
etapas sucesivas. Solo en un momento posterior de la guerra revolucionaria,
cuando ya se ha logrado el control y el apoyo de la población, es que la lucha
armada propiamente dicha toma un lugar principal. En este momento es donde la
guerrilla, como unidad de combate de la organización clandestina, lleva al
ejército tradicional a luchar en su propio terreno y, contando con el apoyo
logístico y de aprovisionamiento de la población civil, logra eludir el
enfrentamiento tradicional y pelear en sus términos en el terreno que mejor
conoce. Una vez que la organización clandestina es lo suficientemente fuerte en
las ciudades y el campo como para contar con un amplio apoyo, las incursiones
fuera del área de refugio crecen, multiplicándose los ataques a puestos de
vigilancia del ejército y las emboscadas a distintas unidades del mismo.
Ahora, para realizar esta tarea los grupos
insurgentes deben montar una poderosa organización clandestina esparcida en el
propio seno de la población, para lo cual
recurren a la utilización de dos armas principalmente: la acción
psicológica y la acción directa.
La caracterización de la insurgencia realizada
por Trinquier pone en el lugar del ejército enemigo a la totalidad de la
organización clandestina (incluido su brazo político, que puede ser legal) y no
solo a las unidades de guerrillas y de combatientes armados. Para él, el error
de los ejércitos tradicionales ha sido identificar solo a los grupos
guerrilleros como aquellos a los que debían combatir y no entender a los mismos
como parte de un aparato de guerra mayor del enemigo: la organización
subversiva.
El prototipo de organización clandestina para
Trinquier es el FLN argelino. Una organización en células pequeñas donde sus
miembros no se conocen con los de otras, con conexión jerarquizada de las
mismas que va ascendiendo en las ramificaciones entre los jefes de células
hasta los lideres y estados mayores de cada zona, y luego región en la que se
divide la organización, hasta el estado mayor de toda la organización dirigido
por un jefe político militar.
Esta organización subversiva cuenta con un
brazo político y otro militar, separados uno del otro, pero ambos fuertemente
jerarquizados y organizados. Los miembros de esta organización se encuentran
formados ideológicamente y se suman a esta lucha de manera voluntaria, ya sea
desde el lugar de combatiente armado o como propagadores ideológicos, encargados
de la acción psicológica.
El terrorismo aparece para Trinquier como una
de las armas básicas de la guerra moderna, quizás el arma principal, juzgada
desde allí sin ningún reparo moral, el mismo representa el método más efectivo
por el cual la organización subversiva busca el apoyo y el control de la
población civil de no contar con el mismo. El objetivo es generar terror en la
población, para luego controlarla y poder luego instalarse cómodamente en las
poblaciones donde han logrado la incondicional sumisión y ayuda de sus
habitantes.
Para Trinquier la lucha contra estos métodos
demanda el desarrollo de nuevas formas. Por ejemplo, el papel de los
informantes es central para el objetivo de conocer a la organización
subversiva. Las experiencias de Vietnam y Argelia dejaron en Trinquier la
enseñanza de que gracias a los informantes de la población, la organización
insurgente tenía un completo conocimiento sobre las acciones y movimientos del
ejército y la policía, mientras estos no sabían nada sobre los insurgentes por
el apoyo recibido por la población. El objetivo, entonces, debe ser separar a
los guerrilleros de la población, organizar a la población para evitar todo
regreso ofensivo del enemigo, hacer insostenibles las zonas de refugio para las
unidades de guerrilla.
Por otra parte, y dado que la información
resulta un factor clave para el triunfo, Trinquier identifica a la tortura
como un método eficaz en la lucha contra la subversión, en tanto permite su
obtención de manera rápida, antes de que la organización pueda reaccionar al
apresamiento de uno de sus miembros.
Solo una vez que se ha logrado el completo aislamiento de la guerrilla
(y eliminado su organización clandestina), cuando se haya afianzado el control
de la población dejando a la guerrilla sin apoyo logístico, el operativo contra
las zonas de refugio comenzará.
En síntesis, los libros de Trinquier identifican a la guerra
revolucionaria con una forma de intervención extranjera en el territorio
nacional; cuestión sensible en el marco de la guerra fría. Las ideologías y
movimientos insurgentes son identificados como siguiendo los intereses de
potencias extranjeras, y sus proclamas e intenciones son descriptas como formas
de ocultar el interés extranjero en controlar el gobierno y la población de otra
nación.
Para Trinquier las bases de entrenamiento y el cuartel general de la
organización subversiva se encuentran en el exterior, en los territorios de una
nación extranjera que permanece neutral, aunque brinda a la subversión, no solo
fundamento ideológico, sino también apoyo material, financiamiento, provisiones
y sobre todo entrenamiento. El ataque de
estas bases por parte del ejército resulta complejo ya que puede llevar a la
guerra abierta con esa nación y, en el contexto de la guerra fría, a una guerra
mundial. No obstante, según la situación, puede llegar a ser necesario. Los
casos particulares que analiza Trinquier son los de las bases de la subversión
argelina en Túnez, y vietnamita en China. Por esta razón identifica el control
de las fronteras, y del posible aprovisionamiento de la subversión a partir de
las fronteras como un elemento clave.
A pesar de caracterizar la guerra moderna como totalmente nueva y
distinta a la guerra tradicional, Trinquier no deja de identificarla como lucha
entre naciones, solo que la nación agresora opera a partir de elementos dentro
del país que busca atacar, intentando desestabilizar al gobierno y tomar el
poder para luego obedecer las órdenes de la potencia extranjera a la que ahora
responde.
IV.
Los manuales de guerra contrainsurgente norteamericanos
siguen un desarrollo similar al señalado por Trinquier. Los manuales anteriores
a 1960 hacen hincapié en la guerra de guerrillas como una forma de
enfrentamiento que acompaña el enfrentamiento principal de los ejércitos
convencionales. Ya hacia fines de la segunda guerra mundial la forma
predominante de conflicto es la insurgente[24][25].
Es importante destacar acá que, ni los análisis
franceses, ni los manuales norteamericanos que se consideran a continuación,
entienden a las formas insurgentes como foquistas. Sin embargo, como sabemos,
esa es una caracterización que predomina en el imaginario actual, donde se
presenta como la forma predominante de acción de los sesenta en la Argentina.
Este sentido común, aunque sobre la base real de ciertas caricaturizaciones
como la de Debray, surge más bien de una imagen parcial de los conflictos de
América Latina[26].
Analizaré acá solo dos Manuales[27] que
se encuentran dentro del periodo planteado[28]:
1.- U.S Army Field Manual Nº 31-21: Guerrilla Warfare
and Special Forces Operations[29]1961.
Y el 2.- Counterguerrilla Operations Field Manual
31-16. Febrero de
1963[30].
El
Guerrilla
Warfare and Special Forces Operations cobra relativa importancia por
haber sido publicado inmediatamente después de la Revolución Cubana y con la
guerra de Vietnam en curso. En él se explicitan las operaciones guerrilleras
que puede conducir o apoyar el ejército de EE.UU. No es un manual de
contrainsurgencia, en realidad es un manual para que las fuerzas norteamericanas
aprendan a usar tácticas de guerrilla y a dar apoyo a otras fuerzas de
resistencia. Por esta razón piensan las actividades de guerrilla dentro de
marcos legales y siguiendo las reglas de la convención de Ginebra. Del mismo
modo las operaciones guerrilleras aparecen como una acción militar más entre
otras, como una acción secundaria y de apoyo. La acción de la guerrilla se
realiza bajo el mando de un comando general de la guerra.
Los
campos interrelacionados de la guerra de guerrillas, evasión y escape, y
subversión contra estados hostiles son considerados en conjunto como
resistencia. Las operaciones de la guerra no convencional solo se llevan
adelante en territorio enemigo o controlado por el enemigo, a partir de fuerzas
predominantemente “indígenas” con apoyo externo.
La
población forma parte de los movimientos de resistencia, ya sea como luchadores
guerrilleros, como apoyo civil o como red clandestina de apoyo. Según las
condiciones en las que se desarrolle la lucha puede ser mayormente urbana o
rural.
Las
operaciones guerrilleras, según este Manual,
tienen como objetivo el reducir la capacidad de combate del enemigo, su
capacidad industrial y su moral. Se llevan adelante a partir de grupos pequeños
que utilizan tácticas ofensivas, tradicionalmente son acciones de apoyo a otras
operaciones militares por lo cual su táctica depende de esta coordinación con
otras actividades militares. Dependen de la movilidad, la capacidad evasión y
la sorpresa. Cuentan con apoyo civil, financiamiento externo, aspectos y
vinculaciones políticas. La guerrilla, así, se encuentra en inferioridad con
respecto a su enemigo en los aspectos de armamento, cantidad de hombres,
comunicaciones y logística; pero en una situación de superioridad en los
aspectos de inteligencia, actividades encubiertas, de evasión y en el uso del
tiempo. Utilizan una acción ofensiva basada en la sorpresa. Una vez que
terminan el ataque se dispersan, y operar en múltiples y variados territorios
no concentrándose en un área.
Las guerrillas pueden ser efectivas en todos los momentos
de una guerra, desde el inicio hasta el desenlace. En una primera etapa la
guerrilla está ocupada mayormente en sobrevivir y crecer, una vez que cuenta
con fuerzas suficientes pasa a la ofensiva más abiertamente.
Llama la atención como, al considerar la guerrilla como
una forma auxiliar de llevar adelante un conflicto, el propio Ejército de
EE.UU. la presenta como una forma viable y efectiva en que fuerzas armadas con
capacidad bélica menor pueden encarar un enfrentamiento con éxito gracias al
apoyo de la población[31].
Ya
en el manual de 1963[32] el lugar central lo ocupan las
operaciones contraguerrilla, lo que implica un giro fundamental. Encontramos en
él una guía para el combate, la prevención y el entrenamiento contra la subversión.
Diferencia subversión y guerrilla, esta última como unidad
militar de la primera, y describe como atacarla militarmente teniendo en cuenta
los aspectos políticos, civiles, culturales y económicos de la subversión. Es
importante destacar que este comentario refleja en esencia el eje del planteo
desarrollado por David Galula quien será referente en años recientes, siendo
que su libro recién es publicado en 1964.
Al
diferenciar subversión y guerrilla, y definir a la última, en
base a la táctica empleada, como una fuerza combatiente que emplea tácticas
guerrilleras, se acepta que cualquier tipo de fuerza militar, regular irregular
o paramilitar, o irregular, puede ser una fuerza guerrillera. La subversión
será el concepto que englobe a los movimientos insurgentes “…la subversión es
la acción, principalmente clandestina o encubierta, destinada a socavar la
fortaleza militar, económica, sociológica, moral o política, y se le hace
frente con la antisubversión, parte de la contrainteligencia destinada a destruir
la efectividad de las actividades anímicas subversivas por medio de la
detección, identificación, utilización, penetración, manipulación y represión
de las personas, grupos u organizaciones que conducen, o son capaces de
conducir, tales actividades.”[33].
La
diferencia entre guerrilla y subversión es entonces la que existe entre una
táctica militar y un movimiento amplio y organizado que busca el control de la
población. Esta conceptualización es muy similar a la que vimos en la doctrina
francesa y, como veremos, a la vertida en los reglamentos militares argentinos
que desarrollo más adelante. El paralelo entre la caracterización de subversión
e insurgencia es evidente. “El movimiento insurgente trata de ejercer el
control físico, psicológico y político sobre la población civil. Dicho control
generalmente se establece más bien a través de su red de jefes locales bien
adoctrinados, y no por las fuerzas tácticas de la guerrilla. Estos jefes actúan
clandestinamente o abiertamente dentro de las diversas subdivisiones políticas
de un país, dependiendo de ello del grado de control que tengan las
guerrillas.”[34].
Vemos
que el elemento civil aparece ya como clave, los dos bandos en lucha, la
subversión y la contrainsurgencia, buscan aprovechar y ganarse el apoyo de la
población civil como factor clave de la guerra. Igual que la doctrina francesa.
El
manual resume la forma en que se debe atacar a las guerrillas como: “Las fuerzas guerrilleras deben ser
hostigadas y destruidas mediante operaciones de ataque y a la vez, se debe
evitar el apoyo de la población civil local y/o el apoyo externo de las
potencias patrocinantes. Se debe impedir que las guerrillas reciban apoyo de la
población civil durante las operaciones de consolidación por medio de
actividades de inteligencia y contrainteligencia, el control de la población y
recursos de acción cívica militar. Se puede impedir que las guerrillas reciban
apoyo de una potencia patrocinante exterior, principalmente controlando las
fronteras”.
Las
similitudes con Trinquier son significativas. Existe un
consenso absoluto en caracterizar la insurgencia como un combate por el control
y el apoyo de la población: “La insurgencia es una competencia entre los
insurgentes y el gobierno por el apoyo de la población civil la cual provee el
mar en el cual los insurgentes nadan.”[35]
Estos objetivos y tácticas plantean una estrategia en la
cual la organización política intenta primero por todos los medios legales
comenzar con las actividades que buscan ganarse a la población: la agitación, la
propaganda, la organización de estructuras políticas. Aún estando dentro del
terreno legal, estas acciones ya son
insurgentes según esta perspectiva. La contrainsurgencia debe trabajar en estos
momentos para identificar a estas organizaciones y neutralizarlas antes de que
estén en condiciones de pasar a la acción armada.
El análisis de los Manuales
del Ejercito Norteamericano[36]
muestra que la insurrección ha sido la forma general en la cual se han desarrollo la mayoría de los
conflictos en todas las regiones del planeta en la época de la llamada guerra
fría. Circunscribir el fenómeno al
ámbito local, o incluso al regional, y a las décadas del sesenta y setenta,
obtura la capacidad explicativa de cualquier análisis, en la medida en que
favorece interpretaciones particularistas y unilaterales que encierran en
realidad lecturas interesadas en desprestigiar las formas de lucha del periodo[37].
Más allá del carácter formal, doctrinario y general, en tanto elaborados para la
instrucción de sus fuerzas armadas, los Manuales
son un indicador general del estado de la cuestión al interior del Ejército
Norteamericano. De hecho comprueba que, aunque con un énfasis primigenio en el
enfrentamiento directo armado contra las guerrillas[38], el
Ejército Norteamericano consideró a la guerrilla, al menos desde la segunda
guerra mundial, como parte de los enfrentamientos armados de mayor alcance
denominados como insurgencia[39]. Obviamente, como señalamos antes es el Manual de 1963[40] el
que incluye plenamente el concepto de insurgencia en un sentido amplio más allá
del choque y enfrentamiento militar.
El ejército norteamericano piensa los movimientos
insurgentes como un fenómeno político más amplio, en el cual la guerrilla, como
unidad de combate, constituye solo una parte y no la más importante del mismo.
En este punto los textos de Trinquier destacados arriba y este manual de 1963
guardan total similitud. Sobre la base del absoluto consenso respecto a
caracterizar la insurgencia como un combate por el control y apoyo de la población,
la lucha, es definida principalmente en el terreno político[41].
La idea central que rige en todos los Manuales analizados es que la
insurgencia sería un nuevo tipo de guerra donde lo que se disputa son las
poblaciones. Encontramos aquí una coincidencia plena con los planteos
franceses. Los Manuales se ocupan de
diferenciar la insurgencia de la guerrilla para no reducir al movimiento
insurgente a su aspecto militar. La guerrilla correspondería a la forma de
plantear el enfrentamiento en el terreno militar que corresponde a una
organización insurgente que, al disponer del apoyo de la población, puede
desplegarse con pocos recursos.
En el manual norteamericano de 1963 están planteadas cuestiones similares a
las de la DGS, como ser la importancia que tiene para la capacidad política de
las fuerzas contrainsurgentes el aislar a las fuerzas rebeldes de su apoyo en
la población.
Los Manuales norteamericanos son
más cuidadosos que los teóricos franceses al momento de definir las medidas
concretas coercitivas que la guerra contrainsurgente tiene que llevar adelante.
Como vimos arriba, Trinquier "justifica" el terrorismo[42]; y,
sacándole cualquier cuestionamiento moral, tomándola como un arma de guerra
más, identifica a la tortura como el
método más eficaz contra la subversión. Aunque los manuales analizados acá no mencionan la tortura, hoy[43] se
conocen los manuales de tortura con los que se capacitaba en la Escuela de las
Américas[44].
Esto parece similar a la situación que vamos a encontrar en la doctrina
argentina, donde los manuales contraguerrilla y anti-insurgente no mencionan la
tortura como elemento clave en la obtención de información para desbaratar al
llamado enemigo interno. En el caso norteamericano surgieron recientemente a la
luz estos manuales de tortura, en el caso argentino se desconoce todavía si
existió este tipo de material.
IV.
Los
reglamentos doctrinarios del ejército argentino principales respecto a la
insurgencia son los tres tomos de Operaciones
contra las fuerzas irregulares, RC-8-2 de 1968/1970, e Instrucción de lucha contra las guerrillas de 1969, RV-150-10, y
los menos conocidos Operaciones contra
elementos subversivos (Proyecto) RC–9–1, Instrucción de lucha contra
elementos subversivos RE–9–51, y Operaciones
de Seguridad RE–10–51, estos últimos de 1976[45].
En los primeros reglamentos de 1968 se muestra
la centralidad del control de la población, en concordancia con la doctrina
norteamericana y la francesa. Se plantea entonces la necesidad de “aislar a las
fuerzas de guerrilla del apoyo de la población”. También se hace énfasis en la
diferencia del carácter guerrillero y el clandestino que pueden incentivar “a
motines organizados en gran escala con el objetivo de tomar y ocupar zonas en
ciudades y pueblos, también se requerirá la represión militar para reprimir
tales sublevaciones”.
Otro punto que
menciona el reglamento es la “interdicción del apoyo externo. Tendrá por objeto
evitar el contacto entre los elementos de guerrilla y las fuerzas enviadas por
el país patrocinante que las apoya”. Destaco que se habla de apoyo, no de
motivar, como aparece en los planteos de Trinquier. En este sentido, los
reglamentos de 1968 identifican los “factores básicos que influyen en un
movimiento de insurrección. La causa fundamental el descontento de la población.
El mismo surgirá de las condiciones prevalecientes”.
El concepto de
subversión vertido en los reglamentos
“comprenderá las acciones de los grupos de insurrección clandestinos
destinados a reducir el potencial militar, económico, psicológico y político
del enemigo mediante actividades destinadas a agitar a la población contra un
gobierno establecido o contra una fuerza de ocupación. A medida que los grupos
de insurrección se hagan más fuertes, sus actividades podrán desarrollarse
abiertamente cambiando su condición de grupos insurrección clandestinos para
transformarse en fuerzas de guerrilla”.
Con respecto a las
medidas coercitivas se menciona “la finalidad principal del control de la
población y recursos será la de identificar y neutralizar a los elementos
subversivos, sus organizaciones y actividades.” Y por otro lado respecto a las
medidas de inteligencia “infiltración. Factor humano. Inteligencia.” En este
punto se insiste en: “la información de agentes civiles mercenarios o militares
que se hagan pasar por civiles, podrá ser muy importante pero exigirá
precauciones”.
El reglamento Instrucción de lucha contra las guerrillas
(RV-150-10) de 1969 es un reglamento para unidades tácticas, para capacitar
a todos los combatientes. Establece “las bases para la instrucción de la
fracción y subunidad en operaciones de contraguerrilla.”. Al ser más táctico
sugiere posiciones de tiro, instrucción en lucha nocturna así como “transmitir
la sensación de aislamiento” a la guerrilla y perseguirlo para limitar su libertad
de acción. Para finalmente señalar que “un movimiento de insurrección tratará
de ejercer un control físico, político y sicológico sobre la población: dicho
control se establecerá generalmente a través de una red de dirigentes locales
bien adoctrinados, antes que por medio de las fuerzas de guerrilla. Estos
dirigentes podrán operar en forma abierta o encubiertamente dentro de las
diversas subdivisiones políticas del país de acuerdo con el grado de control
ejercido por las guerrillas.”
El reglamento Operaciones contra fuerzas irregulares
(RC 8 2) de 1970[46] define a una fuerza irregular
como “la manifestación externa de un movimiento de insurrección contra el
gobierno local o contra una fuerza de ocupación por parte de la población de la
zona. Por lo tanto la organización y desarrollo de una fuerza irregular
dependerá en gran medida del apoyo que reciba por parte de la población como
así también de algún país patrocinante. Y fija los objetivos de las fuerzas
irregulares que “emplearán procedimientos destinados a neutralizar el poder de
combate de las organizaciones militares convencionales.”
Igual que varios
manuales norteamericanos señala el
momento de atacar a una fuerza irregular: “cuando una fuerza irregular se
encuentre en estado incipiente o latente, podrá ser destruida empleando las
medidas normales previstas para el mantenimiento de la ley y el orden y
eliminando o mitigando las causas que provocan el movimiento de insurrección”[47].
Las causas de las que
habla este pasaje aluden al descontento de la población, que ya he presentado
más arriba. Los movimientos de insurrección comenzaran a formarse cuando exista
un descontento entre individuos altamente motivados que no puedan promover su
causa por medios pacíficos y legales. En condiciones apropiadas, la actitud y
creencias de estos individuos se propagaran entre los grupos de familias y
vecinos.
También, como en la doctrina
francesa y norteamericana, se reconocen etapas en el accionar insurgente: 1.-
Resistencia pasiva, 2.- Manifestaciones individuales de oposición, 3.- Sabotaje
reducido o en escala, 4.- Actos de violencia individual, 5. -Actos de violencia
ejecutados por grupos organizados.
Se enfatiza que el
tratamiento del enemigo se rige mediante las leyes de convención de ginebra.
Sin embargo estipula ciertas condiciones en las que un guerrillero puede tener
estado legal y por tanto tendrá derecho a ese trato. Dejando abierta la
posibilidad de que, en el caso de que alguno de esos criterios no se cumpla,
reciba otro tipo de trato, se entiende más violento y contrario a esos derechos
que lo protegen.
La represión militar
contra fuerzas irregulares se llevará a cabo contra los elementos de guerrilla
de dichas fuerzas. Sin embargo, cuando los elementos clandestinos de
insurrección inciten a motines organizados en gran escala con el objetivo de
tomar y ocupar zonas en ciudades y pueblos, también se requerirá la represión
militar para doblegar tales sublevaciones.
Hasta aquí los
reglamentos de fines de la década del sesenta. Los reglamentos de 1976 y 1977
dan un salto en las definiciones respecto al carácter coercitivo sin llegar a
mencionar en forma directa la tortura,
aunque sí la centralidad de la inteligencia y los interrogatorios como
forma de desbaratar el accionar subversivo. Aunque en líneas generales
continúan lo dictado en los reglamentos de finales de los sesenta, el
reglamento RE–9–51 Instrucción de lucha
1976 contra elementos subversivos[48]
es un reglamento para el nivel de fracciones tácticas menores. Lo que sí
parece novedoso, renovado y ampliado, es la definición de subversión: “se
entenderá por tal, a la acción clandestina o abierta o violenta que busca la
alteración o la destrucción de los criterios morales y la forma de vida de un
pueblo, con la finalidad de tomar el poder e imponer desde él una nueva forma
basada en una escala de valores diferentes”. También este documento tiene un
carácter más marcadamente ideológico. Por ejemplo caracteriza la lucha
subversiva como “solapada, artera y encubierta” en varias oportunidades y de
manera repetitiva. Se insiste a diferencia de los anteriores reglamentos en la
lucha personal y en la instrucción de tiro.
El tono más
coercitivo del reglamento se expresa de manera manifiesta, por ejemplo al
despertar en el combatiente el sentido de “cazador de subversivos”[49].
Se refuerza el carácter e importancia de la inteligencia, tema que aparecía con
vehemencia en los textos de Trinquier. Por ejemplo: “la actividad de
inteligencia adquirirá fundamental importancia en las operaciones contra
elementos subversivos, constituyendo la base de todo el accionar
contrasubversivo. Y más adelante: “el capturado es una fuente de información
que debe ser aprovechada por el nivel de inteligencia”. Sin embargo en el
proceder se enfatiza: “no se los maltratará ni se emplearán medios violentos
para obtener información”, recordemos que este reglamento es de 1977. Se
menciona que luego de la captura, desarme y registro, se debía separar a los
detenidos y se procedería a un primer interrogatorio o primera fase del
interrogatorio llevado a cabo en y por la unidad capturante, a diferencia del
segundo o segunda fase del interrogatorio que se debía hacer más adelante y por
personal de inteligencia". Menciona la existencia de un desconocido hasta
hoy manual de interrogatorio "Manejo del Enemigo Capturado"
(Reglamento RT-16-101 Examen de Personal y Documentación).
El reglamento Instrucción para operaciones de seguridad,
RE-10-51 de 1977 es un complemento del anterior para fracciones tácticas
menores, con el objetivo de separar a la población de los elementos
subversivos. Sus objetivos de control de la población se ven ampliados a toda
actividad que presente alguna “resistencia civil” y se ordena la captura
“preventiva” de los sospechosos de ser “agitadores” sindicales y barriales
La insurrección que
surge de esta doctrinaria no puede ser evaluada simplemente por la capacidad
militar directa, real y efectiva de las fuerzas irregulares, aunque son una
evidente muestra de su fuerza. Esta definición del carácter de guerra encierra
la discusión sobre el carácter desmedido del uso de la fuerza y la represión
sobre fuerzas militares significativamente menores que tendría la insurgencia[50].
Sería necio pensar
que la dirección de un cambio doctrinal impulsado desde Estados Unidos hacia
las fuerzas armadas latinoamericanas se haya realizado y ejecutado de manera
directa, mecánica, sin que medien resistencias y obstáculos que muestren la
autonomía de los ejércitos locales. De hecho los reglamentos sintetizados en
este trabajo datan de la década de 1970, diez años después del impulso de la
guerra contrainsurgente de Kennedy.
El primer material
doctrinal aquí estudiado surge cuando la conmoción local ya tiene un cierto
nivel que muestra la existencia potencial de ese enemigo interno declamado por
la doctrina contrainsurgente. La experiencia del Che en Bolivia de 1967, Taco
Ralo en septiembre de 1968, toma de los puestos de seguridad de Campo de Mayo
en abril de 1969, la quema de 13 supermercados Minimax en junio de 1969, el
asesinato de Vandor ese mismo mes, entre otras muchas acciones. Distinto es el
carácter más ideológico de otros trabajos impresos e impulsados desde las
fuerzas armadas como el del emblemático General Villegas de 1963, donde el
supuesto problema interno invocado todavía no tenía la realidad que Villegas
decía tener, y revestía más un carácter de repetición de la estrategia
norteamericana de implantación del miedo y fobia anticomunista, tal como le
señala Ghioldi, que un genuino problema insurgente[51].
La otra cosa que
indica este material doctrinal es que llegado el momento que las fuerzas
insurgentes hubieran querido comenzar sus acciones las fuerzas
contrainsurgentes estaban preparadas, por lo menos doctrinalmente, para
derrotar un proyecto continental de insurrección.
Epílogo
En primer lugar se
comprueba que la supuesta oposición entre la doctrina francesa y la
norteamericana no es realmente tal. La primera tuvo su influencia sobre la
segunda ya a principios de la década del sesenta, y las coincidencias entre
ambas aumentaron cuando los EE.UU. cambiaron sus hipótesis de conflicto para
enfrentar la insurgencia en Vietnam. La influencia del contexto geopolítico
resulta clara en esta deriva.
Por otra parte, ambas
doctrinas tuvieron su influencia en las doctrinas contrainsurgentes de
latinoamerica, y en Argentina en particular, que fue el caso analizado aquí.
Sin embargo, la importancia cuantitativa y, por tanto, cualitativa, de la
norteamericana fue mayor.
La mayor coincidencia
entre los escritos de Trinquier, como representante de la doctrina francesa, y
la doctrina argentina es el énfasis puesto en la separación de la insurrección
de la población. Los otros dos puntos que identifico como centrales del trabajo
del autor francés no se muestran evidentes en estos reglamentos doctrinarios
argentinos.
La diferencia entre
guerrilla y subversión señalada en todas las doctrinas suele usarse sin la
especificidad concreta que encierra y, por tanto, sin considerar la concepción
y acciones que imprime esa forma de pensamiento. La diferencia entre la
guerrilla como táctica militar, y un movimiento amplio y organizado que busca
el control de la población que sería la insurrección y la subversión que
contiene a ambos, parece central al momento de definir qué acciones deben
estructurarse para combatirlas.
Con respecto al rol
de la tortura, destaca la ausencia casi total de cualquier mención a la misma
en los reglamentos argentinos. Aunque sí se menciona la importancia de la
inteligencia mediante la infiltración y la colaboración directa de la población
con las tareas del ejército. Sabemos fehacientemente que esta no fue la
práctica, y que en la intervención del ejército, fundamentalmente después de
1976, y comprobado antes de esa fecha en el Operativo
Independencia en Tucumán, la tortura fue realizada de manera habitual y
sistemática como medio de desarticular la organización clandestina
político-militar compartimentada de los insurrectos[52].
El segundo punto en el que no encuentro
coincidencia con los planteos centrales de Trinquier es la causa externa que se
le atribuye a la insurrección. El planteo de la importancia central en la
existencia de la insurrección del comunismo internacional, relevante en los
argumentos ideológicos y el discurso público de la dictadura (aunque no fuera
real en su relación con la URSS) no aparece en la doctrina militar argentina.
Ahí la causa central de la insurrección se debe al descontento de la población
“ya sea real, imaginario, o provocado”[53].
La reelaboración
norteamericana de la doctrina contrainsurgente aparece con mayor fuerza en los
reglamentos argentinos, lo que resulta esperable por el papel que desde ese
país se le adjudicó a la formación de militares del continente en sus propias
academias. Además, una coincidencia importante, aunque no de carácter
doctrinario, entre las formas de la lucha contrainsurgente norteamericana y
argentina es que el silencio acerca de la tortura tuvo como correlato su puesta
en práctica bajo el amparo, comprobado en el caso norteamericano y supuesto en
el argentino, de manuales de carácter secreto.
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sin fecha.
Joes coloca a
Cuba dentro de los cuatro casos exitosos de insurgencia.
Pág. Introducción “Who cares about yesterday´s Wars?”.
En Joes, (2010).
Las formas
organizativas de la insurgencia han contribuido a la invisibilización de este
proceso. La organización celular, compartimentada, y una dirección
centralizada. En Argentina el secreto de las operaciones, y por sobretodo el
“exterminio sistemático” de los cuadros dirigentes, han sido los factores
relevantes de esta falta de visibilidad del proceso insurgente de los sesenta.
Existen entre 1963 y 1986 otros manuales que no son
considerados en este trabajo. 1) Marine Corps guide to counterinsurgency, 1980.
2) CIA, Psychological Operations in
Guerrilla Warfare, 1984. Y 3)
Marine Corps, Mao Tse-Tung on
Guerrilla Warfare, 1989.
Parte del
desarrollo de este punto ha sido presentado en las X Jornadas de sociología de la
UBA bajo el título “La Insurgencia en los Manuales del Ejército Norteamericano”. En este
trabajo analizó los manuales de 1940 hasta la actualidad.
[37] “…ha comenzado a emerger
una corriente que aconseja emplear la tortura como instrumento
antiterrorista.”. Pág. 89. De la guerra “nítida” a la guerra “difusa” Nievas.
(2006).
Los teóricos de
la insurgencia frente a los problemas en Irak han hecho énfasis en la ausencia
de una debida incorporación del tema insurgente en la doctrina estadounidense.
La existencia de los Manuales aquí
descriptos y su contenido parecen contradecir estas afirmaciones. Pág. 17. Marston, (2010).
Pág. 37. Bonavena,
(2006).
“En los casos
de [Gran Bretaña,
Irlanda y Palestina; Filipinas; Malasia; Vietnam; Irlanda del Norte; Rhodesia;
Colombia; Afganistán; e Irak], el compromiso político más que la
búsqueda de un control militar total caracterizaron las estrategias militares
exitosas”. Pág. 16. Marston, (2010).
Pág. 37.Trinquier, (1981).